Una vuelta al sol

Y menuda vuelta. Vaya mareo.

Y es que 2020 empezó disimulando, como si de un año normal se tratase. Con sus planes, sus deseos, sus “de este año no pasa”, sus buenos propósitos… Y con un runrun que venía de China (jajaja jajotas), que eran unos exagerados por una gripecilla un poco fuerte que estaban teniendo; “qué colgaos” pensábamos “todo el día con mascarilla, menudo agobio vivir allí”. Pues (alarma, spoiler), prepárate chiquilla.

Enero pasó, más o menos normal. Algún problemilla menor, pero la verdad que ya ni me acuerdo, teniendo en cuenta lo que estaba por venir.

El día 1 de febrero, fecha que ya está marcada a fuego en mi mente y en la de mi familia, nos arrancaron una parte de nosotros, que sabíamos muy importante, imprescindible. Y nos dejó un vacío, un agujero negro en mitad del pecho, con el que aún estamos aprendiendo a convivir, y no es nada fácil. Eso sí, creo que ya lo he dicho en alguna ocasión, pero el apoyo, cariño, amor, abrazos, achuchones, besos y mensajes que recibimos en esos días, esa sensación, la tengo guardadica dentro de mí como una de esas cosas especiales que te suceden; realmente me encontré y reencontré con gente que echaba de menos o que no sabía que estaba ahí.

A partir de ahí, todo se precipitó. Metidos en la vorágine de dolor y sensación de pérdida, tuvimos que afrontar todos los papeleos y cosas que hay que hacer cuando alguien fallece, apoyarnos entre todos (madre, hermanos, parejas y las txikis), y tratar de coger el aire que no nos llegaba a los pulmones. Mientras tanto, el runrun de enero, comenzaba a ser un prorrompompero, con casos por Tailandia, y algo más tarde en Francia e Italia. Nos la seguían vendiendo como una gripecilla, pero los datos que llegaban no invitaban a la tranquilidad…

Llegó marzo, el porrompompero era ya el carnaval de Rio de Janeiro, y el día 12 de marzo no dijeron que ya si eso, recogiésemos las cosas que cerraban la ikastola (y resto de centros educativos), y que ya veríamos cómo nos apañábamos, que serían un par de semanas (qué visión de futuro). A Aita también lo mandaron a casa, a teletrabajar, y ver cómo funcionaban.

Así que nada, vaciamos supermercados, compramos papel higiénico como si no hubiese un mañana (nos cagábamos del miedo, por lo visto), levadura y harina como si se fuese a acabar (de hecho, se acabó), y nos encerramos en casa.

He de decir que yo, que estaba sin trabajar, recuperándome del golpe que nos dio la vida, pensaba pedir el alta el 13 de marzo (oportuna yo donde las haya), y la médico me hizo ver que no estaba, con mi profesión, para meterme en ese jardín (no sé si alguna vez se lo agradeceré lo suficiente, creo que hubiese colapsado el primer día), así que me alargó la baja.

Durante mes y medio que estuvimos encerrados, las dedicaciones fueron muchas: cocina, deporte (a todo el mundo, incluso los vagos de nacimiento, les dio por hacer deporte como para presentarse a las olimpiadas, lo que hace el aburrimiento), video llamadas, tele tareas, clases online, retos virales… y a las 20.00 el aplauso sanitario y el fiestón en las plazas y calles con el vecino con complejo de dj.

Era emocionante ver a la gente a una, dándose apoyo entre vecinos, familiares… mientras los datos de contagios, ingresados en UCI y fallecidos eran escandalosos, y daban miedo, en el más suave de los casos. Se valoró el trabajo de los que normalmente no se tiene tan en cuenta, como cajeros de supermercado, personal de limpieza, transportistas, agricultores, ganaderos… También se vio la importancia del personal sanitario FORMADO, y lo imprescindible que es una SANIDAD PÚBLICA y de CALIDAD. Se vio el esfuerzo de profesores y profesoras, que con sus propios medios, en la mayoría de los casos, daban clase y apoyo a su alumnado. En resumen, se vio el lado humano de las personas, que hacía tiempo que no se veía, y que a veces solo lo percibimos cuando pasa algo muy gordo (una pandemia mundial, por lo visto lo es).

También te digo que acabamos hasta un sitio del “Resistiré”, y que el tema de llamar “héroes” a sanitarios y demás, para luego darles la palmadica en la espalda y listo (con condiciones de trabajo un tanto lirili), pues levantó sus ampollas, pero yo trato de quedarme con lo bueno.

Salíamos a comprar al super un día a la semana, haciendo colas como se ven en fotografías de la postguerra, protegidos con lo que teníamos.

Hubo que celebrar cumpleaños en la distancia, pero nos sentimos muy cerca.

A finales de abril (que yo me incorporé a trabajar, con cambio de curro incluido), nos permitieron empezar a salir, con horarios, límite de zonas (hay quien echaba a andar como Forrest Gump, y atravesaba la Comunidad Autónoma de esquina a esquina sin parar a mear…), dejaron salir a los txikis (que para mí son los verdaderos luchadores de toda esta movida), y se empezó a ver un rayito de esperanza y de alegría, y más con la llegada de la primavera.

Pudimos reunirnos las familias, con cuidadín, con temor, pero con unas ganas, que nos picaban hasta las manos por tocarnos.

El primer día que nos reunimos con mi madre, mis hermanos, y demás fue en mi cumple. Fue el cumpleaños más especial de mi vida, por la gran ausencia, pero sobre todo por las presencias, que tantísimo había echado de menos y tanto las necesitaba, aunque no fuese consciente del todo. Nos abrazamos con miedo, no nos llegamos a besar, pero el abrazo de mi madre, fue EL regalo.

Las txikis seguían en casa, pero ya le habían cogido el aire a esto de tele-estudiar. Aita seguía en casa teletrabajando, y también le había cogido el truco. Y yo salía a trabajar al hospital. Eso sí, volvía a casa, y seguía un protocolo para desvestirme, que vamos… Las txikis sabían que no me podían tocar; me quitaba los zapatos en la entrada, tras frotarlos en el felpudo con lejía diluida; me despelotaba en la cocina, metiendo toda la ropa a la lavadora directamente, y poniéndola en marcha; y me iba a la ducha. Una vez salía, besos, abrazos y achuchones varios, agradeciendo estar bien a quien sea, y disfrutando del calor de la familia.

Entre unas cosas y otras, reuniones cibernéticas con las tutoras para que nos contasen cosas y desearnos feliz verano, llegaron las vacaciones. No dábamos un duro, pero he de decir que hicimos cosas. Celebramos, con mucho cuidado y sin desmadrarnos, el no-txupinazo; fuimos a la montaña, al camping de siempre, con sus medidas; fuimos a la playa, a un hotelito, y disfrutamos mucho, con sus medidas; e incluso fuimos un fin de semana a una casa rural con algunos amigos, que disfrutamos mucho.

Y sin darnos cuenta, nos plantamos en el inicio del nuevo curso escolar, con cambio de etapa para Hija1, y de profesora para Hija2. Un principio de curso raro, extraño y distante, aunque el esfuerzo de la ikastola por hacerlo lo más cálido y normalizado posible dentro de las medidas, hay que reconocerlo.

Pero al final las distancias, las mascarillas, el que te estén todo el día recordando que tienes que tener cuidado, terminan por pasar factura, y las txikis, en especial Hija2, no lo han pasado bien, aunque con dedicación, cariño y ayuda, estamos en ello. Y a Hija1 le ha pillado en esa edad que empiezas a quedar con tus amigas, pero por todo esto tampoco puedes, así que lo lleva regulero, aunque algo hacemos.

Con todo esto, llega la segunda ola, que en teoría nos tenía que pillar más preparados, pero lo que nos pilla es más cansados de todo, y el ambiente que se vive de crispación, enfrentamiento y porculerismo político, tampoco ayuda a que la gente vuelva a sacar su mejor faceta, así que vivimos entre la incertidumbre, el miedo (porque algo sabemos de a qué nos enfrentamos), y una solidaridad tocada, por lo que lo de seguir las normas, sin sacar un rendimiento personal comienza a flaquear.

El mes de diciembre llega (por fin) con buenas noticias, ¡la vacuna!, pero por supuesto, con gente en contra, medios metiendo miedo… Pero comienza la vacunación, y aquí si que llega la esperanza de que el próximo verano la mascarilla no sea el complemento de moda.

Y finalmente, volvemos a encontrarnos frente a frente con el año que quiere asomar. Miedito me da…

Sin embargo, creo que de todo se sacan cosas buenas y aprendizajes. Los míos son:

  1. Aunque encerrados, he disfrutado muchísimo de mi familia, de mis hijas y de mi marido. Hemos pasado tiempo juntos de calidad. Hemos explotado nuestra imaginación comunitaria y hemos aprendido mucho unos de otros.
  2. He bajado la intensidad de mi filtro. Ahora expreso más tanto lo bueno como lo malo.
  3. No me guardo los “te quieros”.
  4. He encontrado en mi familia (madre, hermanos…) un grupo muy fuerte de apoyo. Ya sabía que lo tenía, pero apenas lo utilizaba “por no agobiar”. Bien, pues ahora nos “agobiamos” todos juntos. Y entiéndase como “agobiar” compartir nuestros triunfos y fracasos. Todos.
  5. He dado el paso de cambiar de trabajo, de uno en el que no estaba a gusto a otro que me apasiona, saliendo de la “comodidad” y “seguridad” (falsas, ambas), para dar un paso valiente y hacer lo que me gusta.
  6. He aprendido a disfrutar el momento, a centrarme en el ahora, y a agobiarme menos con los “y sis” y el futuro incierto (no a dejar de agobiarme, cada uno somos como somos).
  7. Escribo en un blog.
  8. El ser humano puede ser extraordinario.
  9. Tengo mucha suerte de la gente que tengo a mi alrededor (familia, amigos, compañeras…).
  10. Se acaba el 2020.

Os deseo a todos un gran año, y (ya se que me repito más que el ajo), QUE LE DEN AL 2020.

Publicado en: Post

2 comentarios de “Una vuelta al sol”

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