Cada día, a las 20.00h, la actividad de casa se para, y todo el mundo sale al balcón. Es nuestra cita diaria; el resto de horarios en el día puede ir variando, pero a las 20.00h, todo el mundo al balcón.
Bueno, realmente para las 19.57h estamos ahí (¿alguien sabe por qué se empieza a las 19.58?).
En alguna ocasión, sobre todo al principio, nuestras hijas nos preguntaban que por qué salíamos. Ahora yo creo que ya han entendido la importancia del reconocimiento a la gente que está ahí, y de la esperanza que supone para mucha gente del vecindario el encuentro fugaz de las 20.00h.
Tuvimos una conversación sobre el tema; yo, que soy sanitaria, necesitaba que entendiesen bien todo lo que significa; ellas viven en primera persona la parte menos bonita de mi trabajo (turnos, horarios…), pero gracias a una iniciativa que montamos en mi trabajo (una residencia), también conocen parte de lo bonito de mi profesión. Así que cuando lo hablamos entendieron muchas cosas más.
Entendieron que aplaudimos a quienes están en primera línea dándolo todo por cuidarnos. No sólo sanitarios, también personas que trabajan en supermercados, tiendas de barrio, farmacias; personas que trabajan en tareas de limpieza, de reposición, de cocina; personas que trabajan por nuestra seguridad, policía, bomberos, seguridad privada; personas que trabajan repartiendo cartas, mercancías; al final, gente que no está en el cuidado de personas directamente, pero sí nos provee de cosas esenciales para poder llevar nuestra cuarentena de la mejor manera posible. Y luego ya, el remate, personas que están trabajando en empresas que nada tienen que ver con estos sectores de primera necesidad, pero que como no se decreta el cierre total, los currelas tienen que seguir poniéndose en riesgo hasta que la empresa opte al ERTE.
Entendieron que aplaudimos a la gente que cuida; a esa gente que se pone en primera línea en UCIs o plantas con contagiados de COVID, con EPIs o, por desgracia, a veces sin ellos, para cuidar de gente enferma y sola. Que, si ya es jodido estar ingresado, el que no puedas recibir visitas… pues eso.
Entendieron que aplaudimos a gente que pasa miedo, mucho miedo. Pero que, aun y todo, y aunque no se les vea a través de la mascarilla, atienden a la gente con una sonrisa en la cara; y que cuando no la tienen es porque la situación les está desbordando. Que tienen miedo a contagiarse, pero más miedo tienen a contagiar, porque saben que existe una probabilidad bastante alta de portar la enfermedad.
Entendieron que aplaudimos a gente que alivia la soledad de nuestros mayores; que les atienden en sus necesidades más básicas, en unas condiciones y por unos sueldos… que a más de un político ponía yo. Que han tenido que aguantar que menosprecien su trabajo, pero que ahora se les considera imprescindibles. Que alivian la ansiedad que supone a los ancianos no tener su visitica diaria con el “vicio” en forma de flan, natillas o fruta que trae el hijo, hija, nietos; o el poder salir a la calle con el buen tiempo, aunque sea solo a sentir el aire y el solete en la cara; o simplemente la partida de cartas con las hermanas de la compañera de pasillo. Que conocen a esos ancianos como si fuesen sus propios familiares, que los cuidan en todos los campos que se pueden cuidar y que lo dan todo por verdadera vocación.
Entendieron que aplaudimos a los que cuidan, y que cuando llegan a sus casas (con el miedo que ya he comentado, con que igual ha fallecido un paciente, o han tenido que ir al sprint con los residentes, porque se ha complicado el día y no llegaban a cumplir el horario, o simplemente han tenido un mal día), tienen que seguir cuidando, porque son madres, padres, hijos, hijas… y a veces a los de casa les cuesta entender que vienen de cuidar, que están cansadas, que solo quieren llorar, o dormir, pero como casi siempre, hasta que aprenden a cuidarse a sí mismas, vuelven a hacer de tripas corazón y continúan cuidando con una sonrisa en la cara, pese a sus miedos, sus ansiedades y sus incertidumbres, que a veces se resisten a contar…
Hasta que un día “petan”, y tienen que parar.
Y tienen que volver a recomponerse, reconstruirse y entender que todo el peso del mundo no puede ir cargado en sus hombros; y una vez se reubican, resurgen cual ave fénix y vuelven a su tarea y de nuevo lo cargan de amor.
Ha sido una lección enorme para nuestras hijas, ahora son ellas las que avisan de la hora y las primeras de la casa en aplaudir. Y me siento muy orgullosa de ellas y de su gratitud.
Y también está siendo una lección enorme para nuestra sociedad: va a resultar que los oficios y trabajos que más denostados se tienen, que menos se valoran y más se desprecian son los que nos están sosteniendo durante esta crisis… Tengámoslo en cuenta para el futuro, para cuando lleguen los recortes, para cuando nuestros hijos no quieran estudiar (esas amenazas de “vas a acabar de cajera de supermercado” o “limpiando culos”…), para cuando se nos ocurran comentarios o chistes ofensivos hacia ciertos colectivos… Que el agradecimiento no se olvide.
PD: Hoy a las 18.00 se ha planeado otro aplauso, esta vez para los niños y niñas que están llevando la cuarentena como pueden, y de la mejor manera posible. Que esta experiencia les haga crecer y aprender.
Si las pekes lo entienden y todavía hay gente que no lo entiende, es que algunas cosas fundamentales no funcionan. Valoración, empatía, comprension…..entre otras. AURRERA!!!!! y ahí estaremos a las 6 a las 8 y cuando haga falta💪💪💪