Bueno, tras dos semanas desaparecida por vacaciones, aquí vuelvo a escribir cosillas, acontecidos o reflexiones para quien quiera leer…
Como dice el título del post, lo dicho: ¿playa o montaña?
Por fin llega el momento de ir de vacaciones. Unos días para disfrutar en familia, irnos aquí mi Compañero, con Hija1 e Hija2 a crear recuerdos a algún sitio en que haya cosas para hacer y que lo pasemos bien los cuatro.
Y llega la decisión: ¿playa o montaña? ¿o una combinación de ambas? Pues en este año de Covid-19 y tanta incertidumbre, hemos esperado hasta el último momento para decidirnos, y finalmente hemos hecho combinación de todo (ha habido suerte). Pero más que un repaso de lo que hemos hecho, prefiero hablar de lo que supone cada una de las opciones.
La verdad, es que muy de playa no es que seamos. Con un par de días o tres de estar por la playa vamos que ardemos. Nos hemos acostumbrado más a la montaña, a poder dormir por las noches, y necesitar taparte para no pasar fresco, que esto de los calores para dormir es muy malo.
Cada sitio tiene sus cosas buenas, y sus cosas menos buenas, ciertamente.
La playa nos gusta en sitios donde no haya aglomeración. No nos lleves a Benidorm o Salou, donde hay más gente por metro cuadrado de playa que lentejas dan por un duro (dicho de mi señora madre; por un duro debían dar muchas lentejas). A nosotros a lugares de playa tranquilitos, aunque sean turísticos, pero que haya espacio para desperdigarse, que no hace falta estar culo con culo… Quitando la cantidad de gente, lo demás lo llevamos aceptablemente bien.
Somos más de estar en el agua que tomando el sol, sobre todo porque tanto Hija2 como yo (más yo), somos de un tono de piel blanco nuclear que precisa de crema de protección solar máxima-total-absoluta, comparable con la masilla, y que repartimos por la piel con una llana, como el cemento; y, aún y todo, en mi caso (porque Hija2 coge un tono café con mucha leche), paso, de ser localizable en la playa por reflectar la luz, a un tono rojizo brillante cangrejo alemán en Mallorca; no hay término medio.
¿Y cuando sales del agua y no encuentras tu sitio porque te ha movido la marea? Siempre es importante tener un algo de referencia. En mi caso, ahora que veo bien puede tener un tamaño medio (una sombrilla, las papeleras…), pero de más joven, que era muy cegata con mis tropocientas dioptrías de astigmatismo, necesitaba un punto de referencia del tamaño del Guggenheim; y luego, siempre estaban las desgraciados de mis amigos, que se cambiaban de sitio para descojonarse de la invidente, pero eso es otra historia…
Y luego están los castillos de arena, y las hijas rebozadas en arena cual croquetas de la Amatxi. Eso sí, los castillos, unas obras de ingeniería, mejores que las de Calatrava… Y como las queridas hijas no saben estarse quietas (ni deben, que para eso son niñas), terminas teniendo arena hasta en las entretelas (pero, ¡si yo no he participado en la construcción! Da igual, tendrás arena hasta ahí).
Así que tras pasar la mañana en la playa, recoge todos los bártulos, a saber: sombrilla, palas, cubos, toallas, la tela gigante de marcar territorio (todas las familias tenemos una), las fiambreras de la fruta, y las botellas de agua. ¿Está todo? ¡Ay, no! Faltan las hijas, que en lo que recogíamos han vuelto a la orilla a remodelar el jodido castillo y están otra vez de arena hasta las cejas. Un no parar.
Tenemos la suerte de que como vamos a playas poco concurridas, no se nos pierden las hijas… pero, ¿y esa adrenalina buscando al churumbel, que resulta que está solo dos metros a la izquierda, hablando con otro niño mientras tú estás a punto de llamar a los GEOS porque de la angustia que tienes ni ves, ni entiendes? Eso son emociones fuertes, y no el puenting…
Y por último, las temperaturas. En el Mediterráneo, muy bien la temperatura del agua; no sientes cómo todo tu cuerpo se repliega sobre sí mismo, por el frío, conforme vas avanzando por el agua, como pasa en el Cantábrico. En cambio, por las noches, mucho mejor el Cantábrico, con su fresquillo, la sabanita que te tienes que echar… no como en el Mediterráneo, que te acuestas sudando, y te levantas, y sigues sudando… así, dormir, poco.
La montaña, nos gusta más, quizá también por costumbre; desde los 12 años más o menos me he ido de vacaciones con mi familia al Pirineo, y como a mi chico también le gustaba, pues por allí solemos acabar.
Disfrutamos mucho haciendo distintas excursiones y rutas, los paisajes son impresionantes, a nada que subes un poco (y a veces sin subir). El aire puro, el sonido de la naturaleza… y el escándalo del autobús de jubilados que vienen de Badajoz a ver la Cola de Caballo de Ordesa, que como lo han preparado tan bien, la gente se cree que puede andar por el Pirineo con las sandalias cangrejeras y la bolsa de una conocida cadena (dato real, visto por estos ojitos). Por suerte, no suelen llegar muy arriba, así que en cuanto subes tres repechos los dejas atrás y puedes seguir disfrutando de lo que la Madre Naturaleza nos brinda.
Aquí sí que he llegado a coger un tono en la piel algo más tostado (leche manchada), pero sin quemarme (eso sí, cuando me he quemado, ha sido una pasada…). Lo que sí tiene, es que terminas cogiendo un moreno cebreado. ¿que cómo es eso? muy fácil: tiene que ver con la ropa que llevas al monte. El primer día, para empezar, ruta suave: camiseta de tirantes y pantaloneta, y zapatillas con calcetín tobillero; la siguiente ruta, hace un poco más de fresco y es más durilla, así que te pones la camiseta de manga corta, con el pantalón pirata y las botas con calcetín corto; distintos días, distintas ropas. Resultado, marca de moreno de: la camiseta de tirante fino, la de tirante ancho, la camiseta sin mangas y la de manga corta; pasamos a las piernas con la pantaloneta corta, el pirata y las distintas larguras de calcetín, que encima un día no te diste cuenta que llevabas uno más alto que el otro y han quedado las piernas asimétricas; y el día que estuviste en la piscina, el bikini, bañador… Y en mis tiempos de monitora eskaut, hasta la marca del triángulo de la pañoleta en la espalda, pero eso es otra historia… No tengas una boda después de las vacaciones de montaña, que tienes que ir de manga larga…
Y los campings de zona de montaña, tranquilos, con sensación de pueblo. Como el 90% de la gente que está allí, es para ir al monte, a la hora de silencio, todo el mundo lo cumple. A no ser que coincida (como nos ha llegado a pasar) que son fiestas del pueblo, y la orquesta queda al otro lado de la verja del camping, con lo cual te dan las tres de la mañana bailando Paquito el Chocolatero, el Venao o Agua del Pozo de la Virgen Mexicana pa’ que aprendieras a querer dentro de la tienda de campaña. En estos momentos lo solemos tener claro: si no puedes con el enemigo, únete a él; que el monte no se va a mover, ya iremos otro día que no sean fiestas.
Así que, en nuestra balanza familiar, gana la montaña, pero hacemos un poco de todo, que en la variedad está el gusto.