Los cumpleaños infantiles

Menudo mundo, en serio…

Este es típico acontecimiento que hay que pasar, que hay que celebrar, pero que da una pereza enorme. Por lo menos a partir del segundo o tercero (no digo digo segundo o tercer cumpleaños de la criatura; digo segunda o tercera celebración con bien de txikis).

Es algo que viene en el contrato de padres/madres, y que hay que cumplir, no hay manera de escapar. A ver, y que también es muy chulo ver la cara de Hija1 o Hija2 rodeada de sus amigos con la ilusión de la fiesta, pero el estrés previo…

Y en esto es como en todo… puede ser un cumpleaños infantil sencillo, en casa o en una sociedad (aquí por el norte somos muy de sociedades), o puedes hacer uno que la boda de la infanta se quede en una tarde con los amigos.

Los primeros cumpleaños de las txikis fueron una gozada; fueron una vez empezada la ikastola, en primero de infantil (cumplían 3 o 4 años). Como había familias que ya tenían churumbel mayor, y ya estaban curtidas en estas lides, nos propusieron celebrar cumples trimestrales, en los que los niños que celebraban esos cumples eran los que pagaban la merendola. Y como lugar, la ikastola nos cedía de manera gratuita el comedor, un viernes por la tarde.

La verdad es que de cara a organizar, de cara a que todos los txikis tengan su fiesta y que todos los txikis estén invitados, tanto a Aita como a mi nos pareció una ideaza. Porque incluso los txikis que cumplían en verano tenían su fiesta en el primer trimestre… ¡un plan sin fisuras! Y así lo hicimos los primeros años de ikastola con las dos.

Luego cada txiki llevaba, en su día, un bizcocho (teniendo en cuenta las alergias, intolerancias y demás de otros txikis), y soplaba las velas con la profesora, de manera que también tenía su día.

Sí que he de decir que juntar a entre 21 y 26 txikis, junto a hermanos mayores o menores (casi otro tanto) y padres y madres en un espacio con bebidas estimulantes, chucherías, gusanitos, tortilla de patata y tal, puede resultar un poco intenso, agobiante o desbordante, lo reconozco. Pero bueno, una vez pasado ese rato, la alegría de los txikis es lo que cuenta, ¿no?

Luego hay veces que se va de las manos… Primer trimestre, cumpleaños en diciembre o enero; un frío en la calle que pela: empieza a llover, y tienes, a los 30 niños, con sus padres, metidos en un espacio cerrado (amplio, eso sí), gritando, subiéndose por las mesas, tirando la coca-cola, otros a balonazo limpio entre las mesas, entrando en la cocina… Y eso si era un solo cumpleaños, que si encima coincidían dos clases (o más…), parecían Atila y los Hunos.

¡¡¡Vamos a ver, unpoquitodeporfavor!!! Cada adulto que se haga cargo de sus churumbeles (el que no ha salido a fumar o se ha tomado 3 cervezas, claro…).

Y bueno, si eres la madre o el padre que pone un poco de orden, desaloja la cocina o confisca el balón interior, eres lo peor… “ahora que empezábamos a divertirnos…”. Pero es que la cosa fue cada vez a peor.

Así que desde la ikastola se tomaron medidas. Primeramente, se limitaron en número de celebraciones simultáneas; se prohibió el uso de alcohol en las instalaciones (también por una cuestión de coherencia). Como la cosa se siguió desmadrando, se pidió el nombre de un responsable, para luego poder acudir a alguien en concreto a pedir cuentas; se limitó horario; y por último, al borde ya de dejar de ceder el espacio, nos confinaron, y hastaluegomaricarmen. Una pena.

Además de estos cumples multitudinarios, a partir de primaria se empezaron a poner de moda los cumples individuales.

Hija1 e Hija2 tienen la mala (o buena, según se mire) suerte de cumplir los años con 6 días de diferencia; como la ikastola es pequeña y se conocen todos, aprovechábamos, durante unos años, para hacerlos con las dos a la vez.

Somos de una sociedad, así que nos armábamos de valor, bien de patatuelas, mediasnoches con nocilla y algún refresco, y a merendar. 10 invitados más o menos por hija, hacen unos 20 niños, más algún hermano… ¡fiestón!

Como Aita y yo hemos estado durante muchos años de monitores de tiempo libre, y sabemos de qué va esto, hacíamos áreas: por un lado, la tele con vídeos de youtube para que el personal se echase unos bailes; la parte de juegos de mesa; la parte de manualidades sencillas, con algún padre/madre entregado (a veces surgían voluntarios); y luego la calle, que es muy sana, jugando con la vigilancia de otro padre o madre.

Los enanos lo pasaban genial, luego bolsa con chuches para que se sigan activando también en su casa (no les vas a hacer todo el trabajo), y listo Calixto, hasta el siguiente año.

Nosotros porque somos así de apañaos, pero también había otras familias que cogían para los 10 o 12 niños un sitio de estos con piscinas de bolas (que envidia me daban… nunca me dejaron meterme); o bolera; o algún sitio así, con todo organizado. Para los txikis también maravilla.

Luego está la celebración con la familia, que como he dicho, se llevan seis días entre fecha y fecha, aprovechábamos y juntábamos a toda la familia el fin de semana que caía entre ambas fechas, y nos lo quitábamos de golpe.

Y por último, el día del cumple había que hacer algo especial con cada una, así que desayuno especial y bizcocho con velas.

Con todo esto, empezábamos a celebrar el día del cumpleaños de Hija1 y acabábamos (en el mejor de los casos) con el de Hija2… ¿Sabéis las bodas gitanas? ¡Pues eso!

Es una pena, porque con esto de la pandemia estos son algunos de los planes que se les han chafado a los txikis. Y la mayor, que va a cumplir ya 13, pues tiene un poco reducida la posibilidad de quedar con sus “kolegotas” para celebrarlo, aunque se hará lo que se pueda dentro de las posibilidades que se nos brindan, lo mismo que con su hermana; quedarán por la tarde a dar una vuelta, llevarán algo envuelto individualmente para que degusten sus compañeros de clase y echaremos un pote en mesas separadas con las familias por separado (el año pasado tampoco pudimos juntar a las dos partes, no se van a conocer…).

Pero bueno, de una u otra manera seguiremos celebrando el ir amontonando años, uno detrás de otro, y dándonos un día para celebrarlo (o una semana, cuando se pueda), y a esperar a poder hacer esas comidas o meriendas multitudinarias que estresan, sí, pero dan vidilla.

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