Pues sí, me he levantado hoy con el día guerrero. Y aquí está una de las polémicas más discutidas “around the world”.
Porque, ¿cómo te sentirías si descubres que tu pareja, esa con la que llevas casi 20 años, entre unas cosas y otras, es fan de la tortilla de patatas CON cebolla?
Es que, a ver, en el cursillo prematrimonial te dan ideas de las cosas que tienes que tener claras, que nosotros ya las habíamos hablado: si nos íbamos a casar; si queríamos tener hijos; en caso afirmativo, cuántos; si comprábamos piso o lo alquilábamos… No sé, preguntas importantes a la hora de afrontar la convivencia y formar una familia.
Pero lo que nadie nos dijo ni nos avisó, es de qué hacer en el momento de un conflicto de esta magnitud.
Que dice que la tortilla de patatas lleva cebolla. ¡Cebolla!
Vamos a ver, txurri… si es tortilla de patatas, es eso, tortilla de patatas: patatas, huevo, aceite para freir, y sal. Si lleva cebolla se tendrá que llamar tortilla de patata y cebolla. Porque, a la tortilla que lleva calabacín, ¿cómo la llamas? Tortilla de calabacín. ¿Y si le pones jamón y queso? Pues eso, tortilla de jamón y queso; no tortilla de jamón, o tortilla de queso…
Es que a ver, esto tiene que ser válido para nulidad matrimonial. Habría que mirar en el estatuto de la Iglesia o algo así.
Es como si ahora le diese por decir cocretas en lugar de croquetas. Es que vamos a ver. Que son cosas que hay que avisar antes de pasar por la vicaría.
Cuando empiezas la convivencia de pareja se dan situaciones y discusiones que con el paso del tiempo son muy divertidas; en el momento cabrean mucho, y dan lugar a discusiones de lo más surrealistas:
que si en mi casa se guardan los vasos a la derecha (en casa de tus padres, guapo, en la nuestra los guardamos donde queremos);
que si no uses el trapo de la vitro para la mesa;
que si yo duermo con la persiana subida, yo bajada, a ver qué hacemos;
que si los libros se ordenan por tamaño, por título, por autor o por color… y no hablemos de los discos;
que si yo no sé cocinar el pescado;
que si prefiero el otro jabón de lavadora;
que si las sábanas se guardan en el armario, pues yo las guardo en el cajón;
que si mi madre echaba arroz a la sopa de pescado, pues la mía a las lentejas;
Y así mil conflictos más (conflictillos, más bien), que con paciencia, diálogo, cariño y comprensión se resuelven y enriquecen. A día de hoy casi ni nos acordamos de estas cosillas, ya que hemos formado nuestra propia familia, nuestras propias formas de hacer las cosas y de organizar nuestra casa.
Y unidos a estos pequeños desacuerdos, están las personas que vienen a “ayudarte” y “apoyarte” en tu independencia parejil:
¿y vais a pintar de ese color?
¿y dónde tenéis el armario vajillero? No tenemos, y tampoco vajilla con ribetes de oro, ni cristalería (desmayo del interlocutor).
hombre, pero aprovechad y cambiáis los sofás; no, que no hay presupuesto; pues estos están hechos polvo; gracias, ya lo veo, pero valoro tu ¿aportación?
Luego sí que están aquellos que realmente colaboran con la causa, en forma de:
¿qué día os ayudamos a pintar? a cambio de cervezas, aquí nos tenéis (esto es ampliable a mudanza, preparar lote de leña o montaje de muebles de cierta cadena sueca; y se paga en cervezas, como debe ser);
elige los aparatos de luz, me paso y te los pongo, que para eso tienes un padre electricista;
una amiga se quita la mesa de la cocina y os puede quedar muy bien;
Y otras cosicas así, constructivas, que alivian un poco la crisis de comenzar la convivencia.
Así que nada, volviendo al reciente descubrimiento tortillil, solo queda añadir que la vida en pareja en realidad es un descubrimiento continuo de la otra persona. Porque aunque en lo básico y más importante ya hayamos descubierto casi todo, siempre es importante (o al menos a mí me lo parece), que haya cosas que nos sorprendan y nos muestren otras perspectivas, aficiones o “rarezas” del compañero de vida, para así poder seguir enriqueciéndonos mutuamente.
Aunque sea algo tan grave como la tortilla de patata, por mucho que diga Luis Tosar.