La nueva normalidad

Hay cosas que sí o sí, ha cambiado esto del COVID en nuestro día a día .

Y no hablo solo de esto de ir todos como ninjas por la calle, con la mascarilla y capucha si llueve, que solo nos falta ir dando saltos por el mobiliario urbano… (jo, aunque habría gente digna de ver en esa tesitura… imagen mental… ¡Vuelve que te despistas! Voy).

No, me refiero a cosas más profundas, a comportamientos y formas de relacionarnos.

Por ejemplo, el tema del lavado de manos. Vas a un establecimiento hostelero, al entrar hidrogel y refrote de manos; vas a la barra, la tocas, hidrogel y refrote de manos; vuelves a la mesa, hidrogel y refrote de manos… y así todo el rato, que vale que antes había gente muy cochina (y la sigue habiendo), que solo se lavaba las manos los años bisiestos, lo demás… ni cuando salían del baño; pero ahora a veces se nos va un poco; sin quitar la importancia y necesidad que tiene el lavado de manos ¿eh?

El tema de la relación física es otro punto que ha cambiado. Yo, ya he comentado que no soy muy de contacto físico, excepto con mis más allegados, o gente con la que tengo más confianza, con las que puedo llegar a resultar muy sobona.

Ahora vivo en un estado zen total, nadie me “ataca” de sorpresa. Esto de que tengas que saludar a todo el mundo con dos besos… ahora le sacas el codo, y tan contentos. O esto de que te vengan y te abracen sin tú esperarlo; ya he dicho alguna vez que soy muy de abrazos, pero no de improviso, ni de gente que… como que no. De hecho en alguna ocasión he dicho aquello de: “¡¡EEEEhhhh!! A ver, majo, ¿has visto Dirty Dancing? Pues eso, este es tu espacio, y este, todo este, toooooodo este es el MIO, así que hala, ¡que corra el aire!”. ¿Borde? Puede. ¿Efectivo? Por supuesto.

Y que, tal y como están las cosas, ni socializar ni nada… en ocasiones, una pena… Esas citas por compromiso, esos cafés mientras esperas a que la niña salga de bailes urbanos con otras madres del grupo, que no conoces de nada, que no tienen nada en común contigo, pero que las normas sociales dicen que tienes que compartir tiempo… Pues una pena oiga… “¡Ya estaremos! cuando acabe todo esto… (o no)”; hay otras, con las que sí que te llevabas bien, que realmente molesta no poder compartir ese tiempo… pero para antisociales como yo, el primer caso, es una maravilla.

Las colas para entrar a los sitios. ¿Qué me decís? Nunca en este país había habido colas tan ordenadas y silenciosas (excepta la gente que ya de por sí se tragó un altavoz de pequeña… esas ni con distancia de 1,5 km). Se respeta el turno, nadie se cuela, más o menos respetan tu espacio…

Las comidas con los amigos. Esto sí que me jode; no, no me fastidia, me jode. Tener que acotar cuánta gente nos juntamos, mantener distancia, ponerse la mascarilla cuando no estás comiendo… Son comportamientos que hemos ido integrando, y los tenemos ya a fuego, pero no por ello dejan de ser raros.

Ver películas. Analizarlas, vaya… Recuerdo que cuando salió la ley antitabaco, allá por 2006, al tiempo, una vez nos fuimos acostumbrando a no fumar en bares y restaurantes, veías en una serie a alguien fumando… y era como “¿pero qué haces, insolidario? ¡que te van a multar!”. Ahora me pasa lo mismo, pero con las multitudes. El otro día estuve viendo “ha nacido una estrella”, con Lady Gaga y Bradley Cooper (de momento no valoraré la peli, pero bien merece un post esas películas que ponen en los altares y cuando la ves, pues es un “bah, bueno, entretenida…”); la cosa es que en la escena en que sale ella por primera vez al escenario y esta toda la gente allá en el estadio, culo con culo, sin distancia de seguridad ni mascarilla… ¡pero qué os pasa! ¡que sus vais a contagiar! Pues eso, neuróticos del todo.

Aunque también hay cosas positivas… Esto va por las sufridas familias con txikis en primaria: ¿qué me decís de la asignatura de música de este curso? ¿no echáis nada en falta? ¡Siiiii! Nuestras súplicas han sido oídas. Este curso no pueden tocar la flauta dulce (dulce; ¡ya!); que supongo que como recurso didáctico es la bomba pirulera, si no, no se entiende tantos y tantos años de sufridas familias soportando los ensayos… pero en casa es una tortura; y no ya tus retoños, que mira, son tuyos, te aguantas… es que como haya más niños en el bloque en edad de soplar la flauta…

Fuera bromas, está claro que esta pandemia ha cambiado nuestra forma de relacionarnos y de expresarnos. Se echa mucho en falta el calor humano, poder besar, abrazar, achuchar y resobetear a madres, padres y hermanos, que no viven contigo; un toque de codo o un abrazo furtivo saben a muy poco. Los txikis también necesitan contacto con otros txikis, intercambiar babas a través de un bokata compartido, o celebrar sus cumples llevando un bizcocho a clase. Los jóvenes necesitan su desfogue y socializar, y conocer gente en bares, parques o discotecas, porque así es como se les ha enseñado a relacionarse, a través de una pantalla se queda muy justo. Y nuestros mayores (pero mayores, mayores), necesitan saber que no están solos, que el final de su vida no les va a pillar aislados en una habitación de hospital o de una residencia, sin poder despedirse de los suyos, o sin poder sentir el agarre de una mano que les acompañe.

Con todo, confío en que, llegados a cifras seguras (no he sabido tanta estadística en mi vida), consigamos darle la vuelta, y vuelvan los abrazos a traición y los dos besos de cortesía, porque eso significará que los que realmente queremos dar, serán legales.

Y, viendo cómo van los acontecimientos, por favor, no olvidemos.

Publicado en: Post

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