Pues sí, un año más, primer domingo de mayo, día de la madre. Felicidades a todas las madres que leáis esto, lo primero de todo. Si os llegan flores u otro tipo de regalos, enhorabuena, la cosa no está fácil… Si no, este año se puede utilizar el comodín del mensaje de WhatsApp o la llamada.
Y nada, que, ya que estamos, pues quiero felicitar en especial a la mía, que no es por que sea mi madre, pero es la mejor.
Tengo la suerte de tener este pedazo de mujer como madre.
¿Que cómo es mi madre? Pues es impresionante.
Es buena. “Pues vaya descripción”. No, es que es buena de verdad. Es buena gente, es buena persona… Nunca va a ir a hacer mal, no al menos conscientemente. Y si hace algún mal, sin quererlo, primero se disgustará, luego hará de tripas corazón y tratará de repararlo y pedir perdón sincero.
Es familiar. Pone por delante a los suyos antes que a sí misma… “Así me va”, suele decir. Pero cada uno de sus tres hijos sabemos que está ahí, antes incluso de necesitarla. Para apoyarnos, para recogernos y para curarnos. Y para darnos incluso lo que no tiene. Y, además, una vez entras en la familia (hablo de los yernos y la nuera), ya eres un hijo o hija más; así se refiere ella a todos: “tengo 3 hijos, pero en realidad tengo 6”. Es la matriarca.
Es recta. Tiene claros sus principios, y las líneas rojas que, como persona, madre y mujer no se pueden cruzar de ninguna de las maneras. Así nos ha educado, además: en ser buenas personas, con principios y empáticas, como lo es ella.
Es generosa. En todos los sentidos. Nunca te irás de su casa con las manos vacías. Da igual que hayas subido un momento porque pasabas por ahí, y has pasado a verla y a que te invite a un café; cuando te vayas a ir abrirá el frigo, el congelador… y “anda, llévate estas croquetas para las crías”; o, si los miércoles va a buscar a las txikis a la ikastola, te vas con la tortilla de patatas para cenar, “que andáis como locos, y así ya tienes la cena hecha”; “espera, que yo también tengo que subir a lo Viejo, y te acompaño a comprar zapatos a las crías…”, premio para quien adivine quién paga los zapatos…
Es valiente. Lucha por sus sueños, por aprender. Se apunta a la escuela de idiomas una vez se jubila, y pelea por aprobar los cursos, con interés y amor propio.
Es inspiradora. Sus inquietudes hacen que nosotros también las tengamos. Con un espejo así en el que mirarnos durante toda la vida, ¿cómo no vamos a tener inquietudes también sus hijos? Pues es que no podía ser de otra manera; nos inspira a ser mejores y a luchar por lo que queremos, durante toda la vida. Y una vez llegamos a puerto, nos aprovisionamos y volvemos a salir a alta mar para buscar otro puerto al que arribar.
Es fuerte. La vida no es fácil, y en ocasiones es muy jodida. Ha vivido situaciones duras, la última la que más, perder a su compañero de viaje; pero ahí está, echándole ovarios, apoyando a su familia, y dejándose apoyar por ella, que eso, a veces no es fácil, y hay que ser muy fuerte para saber pedir ayuda y dejarse mimar.
Es cariñosa. No empalagosa, cariñosa. Te demuestra su amor en cada cosa que hace, dice y te da. A veces con un beso, a veces con un abrazo, a veces con una mirada, a veces con una palabra, o con un silencio. Pero siempre con amor, mucho amor.
Es cómplice. Nos conoce a cada uno de sus hijos “como si nos hubiese parido”, y está ahí con nuestros éxitos y con nuestros fracasos; para felicitarnos y para animarnos; pero siempre, siempre, para estar a nuestro lado. Nos deja nuestros espacios, nos deja hacer, y si caemos, no reprocha, apoya y anima.
Es humilde. No busca el reconocimiento en lo que hace, sólo “que sus polluelos estén bien” como decía mi aita.
Es independiente. Ella se lo guisa, ella se lo come. Como suele decir, “es que he sido ferretera”, y lo mismo te pinta una habitación, que te monta la cadena musical. A veces le cuesta reconocer que no nació aprendida (nadie lo hacemos), pero se molesta en preguntar y aprender. Es complicado reconocer lo que no sabemos, pero si no, no se aprende.
Es inquieta. Tiene inquietudes culturales, políticas, científicas y de lo que le eches. Defiende su folklore y su identidad cultural, por “cuando no le dejaban”. Y hace que nos sintamos orgullosos quiénes somos y cómo somos.
Es sabia. Por circunstancias de la vida no pudo estudiar lo que le hubiese gustado (hubieras sido una gran maestra, amatxo), pero sabe más de la vida que nadie. Da los mejores consejos (cuando se le piden), y tiene frases “lapidarias” llenas de verdad, que en alguna ocasión me encuentro repitiendo (esto no lo reconoceré ante un tribunal).
Es bruja. Sabe leer a las personas con sólo una mirada. “Rara vez me equivoco”. Y es que es así. Si tienes alguna duda sobre si alguien es de ley o no, ella tiene la respuesta. De esto he heredado un poco, me lo suelen decir…
Es divertida. Poco le ha faltado en estos días de confinamiento, con todo lo que ya llevábamos a la espalda, para hacer el payaso como la que más para ver a sus hijos, hijas y nietas sonreír en la distancia de las videollamadas. Y es que, es tan necesario reír en estos días, y más si vienes de una experiencia mala…
Es abuela. Orgullosa abuela de cuatro fieras. Y con ellas es, todo lo que es como madre, pero elevado a la enésima potencia. Las nietas la quieren con locura, como nos han visto a los hijos que queremos a nuestra madre.
Podría seguir hasta el infinito, pero todo se resume en una frase:
Es la madre que yo quiero ser para mis hijas. Y ya.