Y es que somos así, unos “echaos p’alante”.
Mi chico más que yo, se lo reconozco, porque yo, aunque sea en la plaza, ya había bailado algo. A lo casero, sí, pero de algo me sonaba… Y aquí el amigo, me vio tan convencida, y era algo que llevaba tiempo queriendo saber, que se tiró a la piscina.
Era una parte del plan “hacer cosas juntos sin hijas”, que hay que decir, a veces es necesario… tanto en pareja como cada uno por separado.
En la ikastola donde van Hija1 e Hija2 había un grupo de dantzas de madres; sí, de madres, porque padres… ni estaban ni se les esperaba (y luego nos preguntábamos por qué los niños no se querían apuntar a la extraescolar de dantzas… aparco melón para otra ocasión, y sin haberlo deseado me ha salido un pareado). Y un grupete de madres ¡y padres! (2) quisimos apuntarnos.
Claro, ellas ya llevaban tiempo bailando, por lo que los novatos mucho mucho no íbamos a poder hacer, así que se formó otro grupo de dantzaris (o proyectos de), que empezaríamos desde cero pelotero. En algún caso de menos uno, en plan “este es tu pie derecho y este el izquierdo, memorízalo”.
De irakasle nos tocó una txikita con mucho ritmo, poca vergüenza y una barbaridad de fe en el equipo (¡vamos ahí!) y no se amilanaba por nada. Consiguió hacernos bailar jota y porrusalda en menos de un curso escolar, y hay que reconocer que con la banda que estábamos, mérito había ahí… No así para aprenderse los nombres… ejem, ejem… pero ¿qué le vamos a hacer si alguno en lugar de cara de, por ejemplo Mikel, tenía cara de Unai? Es que ahí hay poca solución, haber nacido con cara de Mikel, yo que sé…
Las txikis las teníamos mientras tanto en el patio, con otros padres o madres que no veían mucho lo de bailar, y de vez en cuando se colaban a vernos, y alucinaban… muy graciosas (las txikis, los otros padres y madres bastante tenían con el radio-patio).
Y luego teníamos un pequeño y secreto club de fans, que eran las encargadas de la limpieza de la ikastola, que los viernes, que es cuando teníamos los ensayos, aprovechaban para darle vuelta buena a la ikastola, y solían cotillear desde la puerta cuando pasaban por allá. Yo creo que eran las más conscientes de nuestros avances, más incluso que nosotros.
Aprendimos jauziak, zortzikos, polkas… Vamos, que llegó junio, con la fiesta de la ikastola, en que teníamos que exhibir nuestras artes danzantes… y ojo cuidao, que no fue nada nada mal. Las del grupo de “mayores” también alucinaron con nuestro meteórico progreso, así que para el siguiente curso prepararíamos una actuación conjunta.
El grupo, de todas maneras, era para verlo…
La irakasle, que ya he descrito, salsera como pocas. Su frase más célebre: “a ver, tranquilos, que no nos van a llamar del ballet ruso, ¡si esto es para bailar en la plaza y disfrutar!”.
El que tenía cara de Unai, que no paraba de reírse, todo le hacía gracia.
La que no entendía los pasos, y había que explicar paso por paso, destripándolos hasta el extremo.
La que siempre preguntaba: “entonces, la vuelta ¿hacia dónde?”.
La callada, que ni preguntaba, ni protestaba, ni se reía, pero ¡cómo bailaba la jodía!
El que tenía cara de Pello, pero se llamaba Patxi (por ejemplo), que bastante tenía con dominar sus pies y que no se le enredasen, con un 45 que calzaba.
Y la que estaba venida arriba desde el primer día… “¿Cuándo vamos a aprender el Baile de la Era?”.
La verdad es que lo disfrutamos un montón, y nos reímos otro montón. Y encima aprendimos a defendernos y que pareciese que bailábamos y todo, casi sin darnos cuenta…
Hubo una enseñanza, referente a los jauzis, que se nos quedó grabada a fuego; los jauzis se resumen en tres cosas fundamentales: se empieza con la pierna de fuera; las vueltas son hacia adentro; y si te pierdes, disimula. Con esto, da igual el jauzi que te echen.
Fueron pasando los años, y finalmente los chicos se nos desanimaron… y nuestra super-irakasle tuvo que dejarnos por otros compromisos profesionales, aunque no dejó sus visiticas con buen queso de su pueblo y txupitico de vino… así que quedamos otro grupo de amatxos, y con el nivel que ya habíamos adquirido, terminamos por unificar los dos grupos.
Al juntarnos con “las mayores”, que ya tenían más experiencia y el culo más pelado en ciertas lides, continuamos con nuestra actividad de los viernes, nuestra exhibición en la fiesta de la ikastola (ya con arcos, cestas y demás enseres, en modo profesional), y añadimos las cervezuelas de después, las quedadas para bailar y las cenas anuales. Una maravilla, y un ambiente estupendo.
Con la cosa esta del covid hemos estado casi dos años en blanco, se nos ha descolgado gente… pero ahí seguimos, por lo menos 10 valientes dejándonos la alpargata viernes tras viernes (cuando los turnos, familias y demás lo permiten…).
En cuanto a Aita, lo dejó, pero todavía se atreve con algún jauzi y alguna polka en las plazas. A ver si vuelven este año por fin los Sanfermines y podemos darle un poco al bailoteo y al ambiente majo que se monta…
Ya os veo por el muthiko subiendo los pasos de la ama 🤗😉
*siguiendo