Con la vuelta al cole tan rara que tenemos por delante, queda todavía más patente la escasa (por no decir nula) importancia que se le da a poder conciliar tu vida laboral y familiar. Sobre todo para las madres.
Nunca ha sido fácil, ni, en mi opinión, se le ha dado la relevancia que tiene.
En la época de mis padres, lo normal y habitual era que la mujer se quedase en casa, criando a los niños, mientras el hombre se dedicaba a llevar las habichuelas a casa; en muchas ocasiones, si no llegaba el dinero que entraba, la mujer tenía además algún “trabajillo”, como cuidar niños, coser pantalones… que, por supuesto, no se daban de alta en la Seguridad Social, y se cobraba en negro (o, como se dice ahora, “en B”). Era habitual que las mujeres no trabajasen (aclaro, se decía que no trabajaban, pero sería fuera de casa, porque dentro, como bestias).
Había mujeres que trabajaban fuera de casa (las menos, repito), pero además tenían que aguantar que se cuestionase el cómo llevarían la casa (como si fuese cosa solo de ellas, aunque entonces, desgraciadamente así era), y si se ocuparían suficientemente bien de los hijos.
Mi madre fue una de ellas. Ya he dicho alguna vez que mis padres eran un poco adelantados a su tiempo, la verdad. Eso sí, ellos querían que se nos criase en casa, y como no estábamos en la necesidad, mi madre no comenzó a trabajar hasta que mi hermano y yo estábamos ya en el cole (3 y 8 años, más o menos), y eso sí, en verano tenía vacaciones los tres meses que teníamos nosotros, fija discontinua, lo llamaban; había dejado de trabajar cuando se casaron (año 1975), ya que había ayudas (“la dote”, según me contó que se llamaba), por la que al casarse, la mujer dejaba de trabajar (fuera de casa), para poder ocuparse de su nuevo hogar, y el gobierno le daba una cantidad de dinero. Todo chupi.
Así que, cuando decidieron entre ellos dos que mi madre volviese al mercado laboral, tuvieron superclaro ambos, que las tareas de casa había que repartirlas, la corresponsabilidad, que se llama. Y es triste, pero he de decir que yo era de las pocas niñas del colegio cuyo padre ponía lavadoras, lavaplatos, tendía, pasaba el aspirador, se ocupaba de nosotros… lo único que no hacía era cocinar (mi madre era cocinera, no tenía rival), y planchar, que se le daba… regu, vamos a decir. Para los tiempos que corrían, ¡unos modernos!
La conciliación (a lo que íbamos) consistía en apañarse como se podía, y renunciar, mi madre, a trabajar en verano para poder cuidar de nosotros, con la incertidumbre de si le volverían a contratar al comenzar el curso (que un año no lo hicieron…). Mi padre lo tenía más complicado, era autónomo (estos lo han tenido mal entonces, mal ahora… y espera, que vienen curvas).
Por mi parte, el tema de la conciliación ha sido complicado; unas veces nos ha ido bien, otras regular.. Tenemos la costumbre de hacer las cosas en equipo, mi chico y yo, por lo que todas las decisiones que hemos tomado han sido entre los dos. De la misma manera, el dinero que cada uno ganamos trabajando va al fondo común, nunca nos hemos parado a mirar quién gana más (unas veces ha sido él, otras yo), no ha supuesto ningún conflicto, y en esto vamos totalmente a la par.
Cuando nos quedamos embararazados de Hija1, yo estaba trabajando en una residencia de ancianos, y era eventual. Mi chico en su empresa, ya era indefinido (lo de fijos ya pasó a la historia…). En esta ocasión tuve mucha suerte, por un lado, por la encargada de entonces de hacer los contratos, y por otro lado (por qué no decirlo), por haber demostrado que yo trabajaba bien. Cuando avisé de que estaba embarazada, me faltaban 4 meses para que me hicieran indefinida, y mi jefa de entonces se portó. Me llamó cuando se me acababa el contrato, para que fuese a firmar el contrato indefinido, estando yo ya de baja, ya que nos la daban en la semana 24 por el tipo de trabajo. Impresionante, y nunca estaré lo suficientemente agradecida, la verdad, porque podía no haberlo hecho y volver a contratarme tras el permiso por maternidad, y también hubiese sido legal.
Cuando me reincorporé, al poder ir casi siempre de mañanas, ya que había otra compañera que quería ir siempre de tardes, y cambiábamos el turno, no tuvimos problemas para poder organizarnos. Además, contábamos con la ayuda de mi madre, que nos echó una mano siempre que pudo (y todavía lo hace, benditos abuelos). La cosa fue bien, nos organizábamos para poder llevarla a la guardería y ocuparnos casi todo el día de la casa y de ella, sin renunciar a trabajar a jornada completa.
Con Hija2 la cosa se complicó. Mi chico cambió de trabajo, con lo que eso acarrea de meter más horas (por lo menos al principio), por lo que decidimos que yo (que cobraba menos) me redujese la jornada, tras agotar el permiso por maternidad, la lactancia y 6 meses de excedencia.
Aquí, ya no hizo tanta gracia, el tema de la maternidad. Curioso, cuando menos, en un sector en el que el 85% aproximadamente de los trabajadores son mujeres. Que digo yo que en los sectores mayoritariamente femeninos las políticas de conciliación y protección de la maternidad deberían ser prioritarias, precisamente para no perder capacidad de trabajo y no tener que renunciar… pues no. Habíamos cambiado de jefa, y esta, pese a ser madre, no entendía que quisiésemos trabajar y ser madres, para ella era o lo uno o lo otro (con un horario de lunes a viernes de 8 a 15h como tenía ella, yo tampoco tendría problemas, pero los turnos es lo que tienen). Finalmente, tras mucho luchar, conseguí poder elegir turno, reduciéndome la jornada. Conseguí reducirme lo mínimo, pero no fue fácil, y tuve que aguantar muchas suspicacias y comentarios de compañeras (sí, muy triste, compañerAs). Teniendo en cuenta los sueldos en este sector (que a veces ni llega a los 1000€), pues vayan calculando a cómo sale la reducción, el “sueldazo” que se te queda, como para aguantar gilipolleces del resto del personal… Además de haber tenido la posibilidad de ascender en la empresa, pero como mi prioridad eran mis hijas, y tenía jornada reducida, se me descartó rápidamente.
Estuve con jornada reducida durante 3 años. El tercero me lo “concedieron” como si me hiciesen un favor y me pagasen el 100% (para nada), y teniendo en cuenta las complicaciones derivadas de la crisis del 2008, tocó volver a jornada completa, tirar fuertemente de abuelos, y yo pasarme al turno de noche para poder ocuparme de las txikis por la tarde. Fue un año horrible. Soy de la opinión de que la noche está hecha para dormir.
Finalmente volví al horario diurno, con mis turnos, y ahí sí que me ofrecieron un ascenso, que acepté porque el horario se hacía compatible con el de mi chico, y podíamos ocuparnos de las txikis. Todo muy fácil, sí.
Y no es nada lo que tuve que aguantar yo, para lo que ha tenido que aguantar también mi chico. Ya he dicho en alguna ocasión que ambos somos padre y madre conscientes, corresponsables y que hacemos las cosas en equipo. Él tuvo que aguantar más de una bronca por salir a su hora. Sí, a su hora, no antes. Y encima luego trabajaba desde casa. Increíble pero cierto. Parecía ser, por parte de compañeros y jefes, que por el hecho de ser padre, tampoco hace falta ocuparse tanto de los hijos… para eso estamos las madres (esto era opinión real de algunos de los cromañones que tenía por compañeros de curro). Pero mi chico había decidido ser padre con todas las de la ley, y tenía claro que él iba a participar en la crianza. Cumplía con su trabajo más que de sobra, pero no debió ser suficiente, así que cambió de área, y también tuvo que renunciar a ascender por la política (o antipolítica) de conciliación que había en aquella empresa.
Y aún hemos tenido la suerte de que tanto Hija1 como Hija2 son fuertes y sanas como robles; rara vez se han puesto enfermas y han faltado a la ikastola (¿5 días cada una en total? y llevan escolarizadas desde los 2 años), y cuando así hemos podido contar con mis turnos o con los abuelos, que si no, no sé qué hubiera sido….
Y ahora llega la era COVID-19, y aquí ya, no sabemos ni por dónde nos va a dar el aire.
Nos enfrentamos a una situación en que, si la apuesta por la conciliación era complicada, ahora se dobla. No hay medidas claras, cada día se nos dice una cosa distinta, y no sabemos casi ni cómo actuar si alguno de nuestros hijos es PCR+, tiene contacto con uno o yo qué sé.
Primero se nos dice que se nos dará la baja si nos ponen al txiki en cuarentena; luego que no, que sólo si es positivo (si es negativo, pero tiene que estar en cuarentena, por lo visto es autónomo para quedarse solo en casa); no aclaran si es baja laboral (en ocasiones se cobra un 70% del salario) o permiso retribuido, ni quién asume el gasto; el teletrabajo, por lo visto, estuvo muy bien durante el confinamiento, pero luego… pues ya si eso; aunque teletrabajo sin una flexibilidad horaria, es como si no teletrabajas, también lo digo; y luego que, los que tenemos abuelos en los que apoyarnos, no queremos ni oír hablar de llevárselos por el riesgo que supone.
Todo muy bien y muy de conciliar.
Han surgido varias iniciativas para reclamar una conciliación real, y evitar que, las madres sobre todo, tengamos que renunciar a nuestro trabajo, exigiendo unas medidas reales de conciliación de las familias. teletrabajo y flexibilidad laboral o reducción de jornada sin penalizar los sueldos. La que más completa y mejor me ha parecido ha sido la del www.clubdemalasmadres.com. Os invito a conocer su trabajo, y a firmar el manifiesto sobre la vuelta al cole segura y conciliada https://www.surveygizmo.com/s3/5822954/EstoNoEsConciliar.
A todas las familias (y en especial a las madres, que normalmente son las que más tienen que renunciar a un crecimiento en el plano laboral), os deseo una buena, sana y conciliada vuelta al cole. Veremos lo que nos depara este curso.