Pues no sé, hija, no sé. Y afortunada tú, que solamente la tienes que llevar en transporte público, centros sanitarios (que por suerte no frecuentas mucho) y farmacias (que aquí ya es un poco a libre albedrío).
Otra cosica es tu madre, sanitaria ejerciente en un hospital, que lleva las siete horas de turno (o diez, si es el de noche) la bendita mascarilla; que si algo tengo claro es que aquí ha venido para quedarse, como en su día los guantes azules tan chulis que llevamos.
La verdad es que cansa; sí, cansa. Nos hemos acostumbrado, pero hay que decir que este verano ha sido una auténtica tortura, con el calorro que ha hecho. Y aunque no haga calor, es que es incómoda, la verdad.
Pero no es esto lo que más cansa, no… Lo que más cansa es tener que andar por los pasillos y habitaciones del hospital a modo “Pelotón Mascarilla” indicando a propios y extraños que se coloquen en condiciones tan favorecedor (en muchos casos) artículo, y recordando las normas, que, por otra parte, no las hemos puesto nosotras…
Trabajo en una planta de cirugía, por lo que los pacientes están, en su mayoría, flojetes, con las defensas un poco tal y poco movimiento. Se une a esto una de las especialidades de la unidad, cirugía torácica, que en muchos casos se traduce en extirpar un trozo de pulmón. Pongo esto en antecedentes, porque es de imaginar que una infección de COVID a este tipo de pacientes, pues bien bien no les va a sentar; no nos sienta bien a los que no estamos en esta situación…
Cuando los pacientes llegan a planta, normalmente acompañados de quienes estarán con ellos el resto de la convalecencia, se les explican las normas de uso y “disfrute” de nuestras instalaciones, de forma fácil y concisa, para evitar exceso de información, además de darles una hoja explicativa. Se resume en:
Prohibidas las visitas, por evitar flujo excesivo de gente, y aumentar las probabilidades de traer el bicho. Hay unos carteles más altos que yo (mido 1,68 más o menos) a la entrada de cada unidad, con una señal de STOP del tamaño natural, indicando que no se admiten visitas.
Oye, pues que hay gente que no lo ve; y viene a visitar al yayo ¡con los niños!
– Disculpa, no se pueden hacer visitas, y menos con chiquillos.
– Ah, no sabía… nada, cinco minutos y nos vamos.
Spoiler: no son cinco minutos… y no se van.
Los acompañantes no se pueden retirar la mascarilla.
– ¿Y puedo comer o beber?
– ¿Te tienes que quitar la mascarilla?
– Sí.
– Ata cabos. Bueno, por si acaso: no, no puedes comer o beber en la habitación.
– ¿Y por la noche también tengo que estar con la mascarilla?
– ¿Los virus duermen? Bueno, por si acaso: no, no te la puedes quitar por la noche.
– Pero soy su pareja.
– Como si quieres ser su prima la de Cuenca. El paciente tiene una PCR negativa; tú no, y entras y sales, vas al súper, al bar, a recoger a los niños o a hacer encaje de bolillos, por lo que puedes traerle el bichejo. Y antes de que preguntes, no, no hacemos PCRs a los acompañantes.
Que conste en acta que no damos este tipo de contestaciones… aunque no es por falta de ganas, a estas alturas de la partida, que creo que todos vamos sabiendo cómo va la cosa.
No puede haber dos acompañantes a la vez en la habitación. Si hay “cambio de guardia”, hay que hacerla fuera de la habitación.
– No, que se va ahora.
– Ya, hace media hora también.
Las ventanas tienen que estar abiertas, para favorecer la ventilación.
Higiene de manos. Para lo que se dispone de expendedores de hidrogel en cada habitación, y en los pasillos cada dos o tres metros. Y hay quien no lo ve…
Distancia de 1,5 metros con el compañero de habitación. O biombo, en su defecto. Que, of course, no se respeta.
Todas estas normas, como ya he dicho antes, no las hemos establecido las trabajadoras de la planta, pero nos toca hacer que se cumplan dentro de lo posible. El 90-95% de los pacientes y acompañantes no tienen ningún problema en cumplirlas, y lo hacen sin ningún tipo de problema, queja o discusión; es más, se muestran agradecidos y colaboradores con nosotras, y nos facilitan bastante el trabajo.
Pero ¡ay del 5-10% restante! Hemos oído de todo. Pero de todo todo. Desde el “TRANQUILA, EH, BONITA, NO GRITES”, no, pero si la que está gritando eres tú; hasta el insulto: borde, amargada, gilipollas… Ah, y hemos viajado mucho: vete por ahí (aquí puedes elegir destino), vete a la mierda, a tomar por el culo o a hacer hostias, así, variadito. Está muy bien, porque son los mismos que hace dos años y medio salían al balcón a las 8 de la tarde a aplaudirnos, nos llamaban héroes; o bueno, lo mismo son los que rayaban los coches a los sanitarios y dejaban mensajes amenazantes en sus puertas… nunca lo sabremos; más que nada, porque no les voy a preguntar.
Todas tenemos claro que la hospitalización no es un momento fácil para cualquier paciente, ni para los acompañantes; hay preocupación, nervios, no estás cómodo, sientes dolor, miedo… Por todo esto, todas intentamos hacer la estancia en el hospital lo más cómoda, confortable y agradable posible, dentro de nuestras posibilidades; me pongo en el lugar del paciente y le trato más o menos como me gustaría que me tratasen a mí, vaya. Estas normas solo existen para proteger a los pacientes y a los trabajadores; pero claro, si en lugar del bicho me voy a llevar un ojo morado, pues como que tampoco mola.
El hecho de que existan las normas no deja de lado el que en ocasiones haya que hacer excepciones, y se hacen; somos personas, sensibles al sufrimiento ajeno, y la inmensa mayoría hemos elegido esta profesión con el afán de ayudar, de cuidar. Y por vocación. Así que ponemos todo lo que está en nuestra mano por hacer las cosas fáciles. Lo único que necesitamos, a veces, es la colaboración de pacientes y familias, que, como he dicho anteriormente, en la inmensa mayoría de los casos, la prestan.
La OMS dijo el otro día que el fin de la pandemia estaba cerca; no sé lo que implicará esto, pero lo único que me sale pedirles es: Ale, pues… ¡meneo! que ya hemos tenido suficiente.