Para terminar la temporada navideña, he decidido meterme en este espinoso tema…
Este es uno de esos momentos que dan mucha penica. Para mí es como romper ese punto de magia que tiene la Navidad para los más txikis, y es como que dejan de ser niños pequeños para pasar a ser niños mayores (y de ahí a la preadolescencia hay un paso…).
Hay situaciones en que te hacen LA pregunta, que son llevaderos, pero otras… con Hija2 sudé tinta, luego lo cuento.
Cuando nos tocó con Hija1, tendría la chiquilla unos 8-9 años (yo creo que no lo quería creer, pasa mucho). Recuerdo que ella, prudente, esperó a que no estuviese su hermana pequeña con la antena puesta (cosa difícil), y nos abordó a Aita y a mí.
“Aita, ama, tengo que haceros una pregunta, pero no quiero que me engañéis”. Tragamos los dos en seco. “¿Vosotros sois Olentzero?”
Hicimos rebote de pregunta: “¿Tú qué crees?”.
Hay que decir que con 7 años vino con la misma pregunta (alguna compañera de la ikastola con hermana mayor que se lo cascó…), pero aún nos parecía muy txiki para descubrirle el pastel, así que le devolvimos la pregunta, y su conclusión fue que su amiga estaba superequivocada, que no podía ser… así que le dejamos seguir soñando.
Además, coincidió que hicimos una excursión las familias de la gela de la txiki, a la casa de Olentzero, en Mungia (un sitio muy recomendable con txikis, para este tema y para conocer mitología de Euskal Herria http://www.izenaduba.com/); ya habíamos ido con su gela, y la buena suerte que tuvimos es que el personaje de Olentzero lo interpretaba la misma persona, un tipo grande, con barba, y una voz muy profunda; así que cuando volvió a la ikastola después de la excursión, pocos días antes de las vacaciones de Navidad, le dijo a su amiga que no tenía ni idea, que habían estado en el baserri de Olentzero otra vez y que ahí estaba, y que no había cambiado nada.
Al año siguiente, a esto de marzo-abril, fue cuando vino seria, como he contado.
Su respuesta al rebote de pregunta fue ir dándonos razones por las que creía que éramos nosotros, y al final pues tuvimos que decirle que sí, que éramos nosotros.
Se pilló un cabreo… Hija1 suele ser muy p’adentro, pero cuando le sale, le sale. Se sintió engañada, timada, y que le habíamos mentido. Es como que se le derrumbó el mundo en un momento. Así que hubo que hacer valoración de daños, y repararlos con todo el amor y cariño que le habíamos expresado hasta ese momento.
Una, que es madre precavida, había estado informándose para cuando llegara el momento, y había encontrado un texto muy chulo, que es una carta de los Reyes Magos a los niños que descubren el pastel. Lo adaptamos un poco a Olentzero, y se lo contamos. Costó hacerle ver que no se le “engañaba” en un sentido negativo, sino que era más como un juego, pero finalmente lo entendió y comprendió el amor que había detrás de toda la historia.
La carta, es esta, hay que adaptar nombre, edad, etc.:
Lo dicho, nos funcionó, aunque no le dimos la carta física. Se lo contamos como un cuento. Como es hermana mayor, le añadimos la coletilla de que a partir de saber el secreto, nos tenía que ayudar con los niños más pequeños (su hermana, primos…), para mantener la magia y la ilusión. Esta idea le gustó mucho, y disfruta mucho cuando le hacemos cómplice para los regalos de su hermana, aunque esta también lo sepa ya.
Y frente a la reina de la discreción, la jefa del alboroto; con todos ustedes… ¡Hija2!
Corría el mes de mayo del año de la Primera Comunión de Hija2, a la que la semana anterior se le había caído un diente, y había atado cabos, descubriendo que el Ratoncito Pérez éramos nosotros.
Muy bien, pues en plena comida de la celebración, con sus primos, tíos y demás, se nos acercó (eso sí, discretamente, debió ver que ahí había algo que ocultar), y nos preguntó que a ver si éramos Olentzero; así, sin público (que es cierto, que no se enteraron, pero más familia alrededor no podía haber). Le dijimos que luego lo hablábamos, pero la chiquilla siempre ha sido de ideas fijas, así que no daba su brazo a torcer si no había una mínima respuesta. Los sobrinos ya empezaban a mirar para ver si pasaba algo (hay que decir que Hija1 e Hija2 son las primas mayores de ambas familias, por lo que son un poco los experimentos, y eran las primeras que se enfrentaban a “la verdadera historia”). Íbamos captando demasiada atención, algún txiki empezaba a poner la antena, el nerviosismo era palpable. a algún tío pasadillo de mostos le empezaba a dar la risa floja, alguno otro poco discreto preguntaba “¿qué pasa?¿qué pasa?”; y la pobre enana con una angustia vital que no podía con ella.
Tras mucho insistir, conseguimos aplazar la conversación a la llegada a casa, y que disfrutase del día, olvidándose un poco del tema; en esto colaboró también Hija1, que le hizo ver que no era el momento, pero con mucho cariño y mucha dulzura.
Una vez llegados al hogar, dulce hogar, le contamos la misma historia que a su hermana, le explicamos que las hermanas también pueden colaborar para mantener la magia. En lugar de enfadarse, Hija2 se entristeció un montón, le dio mucha pena, pero por otra parte, es lo que tiene ser tan curiosa, que a veces las respuestas gustan y otras no (pero confío en que nunca deje de ser curiosa e inquieta). Lo solucionó junto a su hermana, y decidieron que vale, que somos nosotros, pero cada 4 años venía el verdadero Olentzero (no sé si es los años bisiestos; desde aquí hago un llamamiento a Olentzero para que se ponga en contacto con nosotros y podamos organizarnos, que el año que viene le toca).
Se podría pensar que tras saberlo, en nuestras navidades se ha perdido la magia o la ilusión por la llegada de Olentzero o los Reyes Magos, pero nada más lejos de la realidad; aprendí de la mejor, soy Hija de Madre, y en casa se sigue escribiendo la carta, para que sepan lo que queremos. Otra cosa es que unos y otros ejerzamos de Galtzagorris o Pajes para echar una mano a los respectivos, pero la ilusión por abrir los regalos y ver qué nos han traído sigue ahí.
Os deseo que esa magia e inocencia os persiga durante toda vuestra vida, para ser capaces de ver las cosas, también desde la perspectiva de los txikis. Muchos de nuestros problemas tendrían una solución más sencilla.