Llega el verano, el calor asfixiante de la ciudad, y como solución al aumento de temperatura, está la piscina; bien sea municipal, complejo deportivo, sociedad deportiva, club… en todo tipo de modalidades. No es que me guste lo que más, pero a falta de pan, buenas son tortas.
Nosotros pertenecemos a una sociedad deportiva donde, tanto en verano como invierno, nos sirve de lugar donde practicar deporte, refrescarnos, celebraciones familiares, amiguiles o derivados, y lugar de esparcimiento en general.
Durante el invierno, como vas, haces tu actividad y te vas (y más este año que ha sido tan raruno) pues no te da tiempo de ver y analizar en profundidad la fauna y flora que por ahí habita; sí, he dicho flora, porque también los hay que se consideran flora, a veces hay que comprobar cada cierto tiempo que esa señora que está tirada en la hierba respira con regularidad.
Un personaje que me llama mucho la atención son las que en casa llamamos “las lagartijas”. Son unas señoras, bastante entradas en años, que en cuanto sale el primer rayo de sol allá a finales de abril-principios de mayo, las tienes en bikini, en las hamacas alrededor de la piscina vacía, tomando el sol. Se reconocen por sus bikinis un poco antiguos, los pendientacos así, gordos, y esa piel marrón oscuro (¡en mayo!), así, como acartonada. Que son las mismas que en febrero se están quejando de la corriente que hace en el bar porque han abierto la puerta.
Otro caso curioso son los que llamamos “cruasanes”. Jovenzuelos, en su mayoría, que dedican el invierno a ejercitarse en el gimnasio, sacando a flote músculos que yo no sacaría en mil vidas, y obtienen la recompensa en verano, luciendo pectorales, tableta, bíceps y oblicuos y guiñando el ojo a la chati de turno. Los llamamos cruasanes porque de tren superior van muy bien, pero se suelen olvidar de ejercitar las piernas en la misma proporción, por lo que en algún caso, en comparación con los abdominales tienen unos palillicos chinos que dan una sensación rara, como que no les va a sostener.
Lo mismo ocurre en las jovenzuelas que, aunque menos musculadas, también llevan su tiempo de “operación bikini” para lucir palmito a partir de julio.
Otro especimen es la cuadrilla de adolescentes; por un lado la de chicos, por otro la de chicas; ellos las miran, ellas los miran; pero no se mezclan… “en plan… ¡qué vergüenza!”; al cabo de los años (pocos) no hay quien los separe; pero es divertido verlos a ellos dando saltos mortales para meterse al agua (a algunos les sale, a otros no) y llamar la atención, y las otras con la risita nerviosa. La vida. Y en el caso de chicos que les gusta otro chico, o chicas que les gusta otra chica, queda teñido de “mejores amigos” o “súper colegas”. Queda por trabajar.
Están también los niños pequeños en la piscina de chapoteo, o como la llamo yo, la balsa de pises. Tienes del niño que quieras, por mucho pañal acuático que lleve. Chapotean, beben el aguachirri ese y rechupetean juguetes que también introducen en la piscina (que por cierto siempre está caliente… cosas). Así sí que se hace inmunidad de grupo, de ahí cogieron la idea los que fueron a Salou.
Los niños mayores, que ya saben nadar y van por libre con sus amigos por la piscina, niños y niñas revueltos, saltando a la piscina desde cualquier ángulo, y volviendo loco al socorrista de turno. Jugando a pillar, corriendo por el borde, y provocando el caos por donde pasan.
Unidos a estos están las personas sentadas al borde de la piscina, porque “no se quieren bañar”, pero mojándose los pies están de lo más frescas. Entran en cólera cuando algún niño del grupo anterior les salpica al saltar al agua, montándoles buen follón, hasta que algún otro adulto con un poco más de lógica en su haber les hace ver que están en el bode de la piscina, donde la gente va a bañarse, saltar y jugar, que si no se quieren mojar, pues a la hierba, yo qué se.
En la hierba normalmente están los tertulianos, que en un par de tardes te arreglan en mundo. Lo mismo les da hablar de fútbol, que de la incidencia del COVID o de la última serie de Netflix; la cosa es intercambiar información, a poder ser sin recurrir a Google, como se debatía en los viejos tiempos…
En el bar tienes la cuadrilla de hombres jubilados que día tras día ocupan la misma mesa, da igual la estación del año, y juegan al dominó con una fuerza sobrenatural. En su caso debería considerarse deporte de fuerza; ¡qué manera de dejar las piezas en la mesa! Pero qué quieres, ¿incrustarla? ¡Que la necesitas para la siguiente partida! Eso sí, ellos escandalera pueden montar, ficha va, ficha viene, pero como tu grupo monte un poco más de escándalo que ellos, te montan el pollo por ruidosos. Creo que padecen algún tipo de sordera testicular (oyen lo que les sale de los coj… Es un mal bastante extendido, que comienza en la niñez y tiene su punto álgido en la adolescencia). El que no juega al dominó, juega al mus, con su correspondiente bronca a grito pelado con alguna jugada polémica.
En paralelo a este grupo está el de sus señoras, que también tienen su propia mesa, donde sobre el tapete juegan al chinchón, la brisca, o los seises; en algunos casos al parchís. Pobre de ti como, en un momento de confusión, les hayas “quitado” la mesa… Te echan el mal de ojo, y hablarán de mal de ti cada vez que entres en las instalaciones hasta el fin de tus días. Por mucho que lo intentes, y seas amable, nunca (léeme bien, NUNCA) les vas a caer bien. Y tus hijos van a ser los más maleducados de toda la piscina, porque lo dicen ellas, y punto.
Estos dos grupos están formados normalmente por socios fundadores de la sociedad, o en su defecto de los primeros socios, de cuando “esto era una verdadera sociedad, y no lo de ahora”, “había respeto por los mayores”, y cosas como “cómo que traiga el carné si soy socio de toda la vida” o “la opción vegetariana es una chorrada, buen bokata de txistorra les daba yo”. Podrían llamarse “los intocables” o “los mesías”. Yo los llamo “los iluminaos”, porque hay cada uno…
En verano, en el bar, también tienes al grupo de “los domingos paella”, que son una cuadrilla de familias con niños que cada domingo de verano, religiosamente, encargan su paella para comer todos y pasar el día en la piscina; se van dando relevo cuando se van unos u otros de vacaciones, pero los que no se han ido, tienen la cita ineludible. Los niños acaban pronto de comer y, con esto de la digestión, se dedican a hacer el mal mientras los padres comienzan con la ronda de gintonics.
También está la cuadrilla de la barbacoa, con algún experto en el arte de asar carne (verdura se ve poca), y todo bien regado de vino, sidra o cerveza. No suelen tener hijos todavía, y el pelotazo final suele dar para anécdotas variadas.
Y luego, para terminar, está el tema de los vestuarios, que en el de mujeres suele consistir en niños de hasta 6 años corriendo en pelotas por todo el vestuario mientras la entregada madre los persigue para que se vistan de una puñetera vez, cagándose en el tío simpático que les ha dado la sobredosis de azúcar, madres de niños más mayores que ya son autónomos mirándoles con cara de “tranquila, todo pasa, ya verás en unos años…”, otras más mayores con cara de desaprobación, y el grupito de adolescentes, ajenas a todo el follón, metiéndose en las cabinas para cambiarse porque “jo, tía, qué vergüenza”, mientras el resto de mujeres llega un punto en que enseñamos nuestras lorzas con toda paz mientras nos vestimos después de la ducha en el vestuario común.
Y básicamente, en esto consiste. Que hay veces que me planteo si merece la pena visitar Cabárceno o Faunia con todo lo que hay aquí…