¿Ya? Mierda, qué rápido pasa el tiempo.
Aunque hoy día, la renovación del DNI no tiene naaaaaaada que ver a cuando lo hacíamos en mis tiempos mozos.
Hoy día, coges cita telefónica o por internet, te dicen hora y minuto, lo que tienes que llevar, y ahí vas, el día a la hora convenida, con tu foto de carnet, tus 12 lereles (si no lo has pagado vía web), y en 5-10 minutos estás en la calle con tu DNI nuevo.
Las nuevas tecnologías, es lo que tienen.
En aquellos tiempos del DNI azul, que casi necesitabas una carpeta para poder llevarlo (sin exagerar, que si nos ponemos…), la cita no era previa… era anterior.
Recuerdo en la calle Bergamín, estaba el local que tenía montado la Policía Nacional por medio del Ministerio del Interior, para hacer el DNI o el Pasaporte (o los dos, depende del momento). No era obligatorio hasta los 14 años (creo que como ahora), y era un auténtico escape room conseguir tu documento acreditativo; pero bueno, como entonces todo se hacía a esa velocidad de crucero y con esos plazos… pues nada parecía lento.
El día que te querías hacer el DNI tenías que madrugar, eso así, de primeras, porque había que ir a la calle Bergamín a coger número, tal cual, como en la pescadería. Y ahí te daban una hora aproximada, con un margen de error… entre media hora y dos horas. Que si la cosa iba lenta te tocaba esperar, pero como fuese rápida y te pillase, qué sé yo, echando un café por no esperar en esa sala de espera inmunda, pues se te pasaba el turno y te quedabas para el final. Una maravilla.
En casa teníamos una ventaja, y esa era una abuela dedicada a sus labores que vivía en esa misma calle, con lo que el día que alguien necesitaba renovarse el DNI, allí iba ella a coger número y elegir hora. Por la tarde, a poder ser; y si era por la mañana, es porque era en verano. Que el cole no nos íbamos a saltar por hacer el DNI. Al cole sólo se faltaba si estabas enfermo (con fiebre alta), tenías médico, o habías cogido piojos.
Así que, allí iba mi madre, con toda la caloret veraniega, a pasar el ratico con mi hermano y conmigo a la comisaría esta de los DNIs.
¿Llevamos todo? Sí, eso parece: 2 fotos de carné, en la que no sonrías, pero tampoco parezcas enfadada, se te vea la cara entera, y sin gafas; las tasas necesarias; y unos cuantos kilos de paciencia para la espera.
Llegabas allá, el señor de la puerta saludaba, y te decía por qué número iban… perfecto, solo faltan 10 (para un rato largo, tenemos).
Pasabas a la sala de espera (o sillas de plástico puestas a los lados de la pared), llena de papeles por el suelo, y con un olor, entre gasolina y humano poco agradable. ¿Gasolina? Sí, sí, gasolina… ya veréis por qué.
Y gente tan emocionada como nosotros por pasar el trámite.
Llegaba el turno (¡bien!), pasabas a la mesa donde una amable secretaria (sí, todo mujeres), le pedía a mi señora madre las fotos, las tasas, el padrón y algún documento que acreditase que era hija suya, véase, el libro de familia.
Hago un pequeño paréntesis con esto del libro de familia. Vamos a ver. Es el documento OFICIAL que acredita que los niños que llevas a tu lado son hijos tuyos, a la hora de un montón de trámites. Y está escrito a boli ¡a boli! Y no el de mis padres, cuando nacimos nosotros y estas cosas, no… que yo me casé en 2006 y ¡seguían siendo así! ¿De verdad da algún tipo de credibilidad un documento escrito a boli, que puedes falsificar con tu BIC cristal (escribe normal) en tu casa? Siempre he alucinado un poco con este tema.
Volviendo al DNI. Ibas allí con todas las cosicas, igual habías tenido que ir a la tienda de enfrente a hacer una fotocopia, las fotos no eran del todo buenas, o la funcionaria en cuestión no tenía el día, y tenías que volver al día siguiente (he oído algún caso de estos, pero a mí no me tocó).
Iba apuntando los datos en la máquina de escribir (no, no había ordenadores), pegaba la foto, y llegaba el momento de mojar el dedo en la tinta esa negra, para que en la ficha guardasen tu huella, por si delinquías.
Después metían lo que iba a ser el DNI en la máquina de escribir, volvían a teclear los datos, vuelta a poner la huella, y lo plastificaban con termosellado. Igual, igual que ahora.
Cuando ibas ya con tu documento nuevo y tu dedo negro (que con un poco de suerte lo habías tocado con la otra mano, y parecía que venías de cambiar las bujías del taller), toda contenta para la calle, te indicaban unas servilletas impregnadas en gasolina (de ahí el olor de antes), para poder limpiarte las manos.
Así que al final salías con las manos grises en lugar de negras, un perfume embriagador que te perseguía durante unas horicas, y un pequeño colocón de los vapores de la gasolina. ¡Ojo cuidao! que igual estamos dando con el origen de algún tema reguetonero; ahí lo dejo.
Después a merendar a casa de la abuela (ya que estabas ahí, había que ir), y ella te preparaba el vaso de leche (da igual la edad que tuvieses, era importante para crecer), y los trescientos kilos de lazos de hojaldre que había comprado en el “mercado nuevo”, porque por la tarde iban los nietos a merendar.
Otra cosica es ahora: Pides cita por internet, vas a la hora exacta con tus fotos y las tasas, el funcionario teclea en el ordenador, pones el dedo en un cristal y de una impresora que parece un avión (de grande) te sale el documento nuevo. Chis-pum.
Y ni merienda en casa de la abuela, ni “a mí me gusta la gasolina”, ni el ruido de la máquina de escribir.
Los trámites de ahora son un rollo.