¿Qué es lo que tienen las camas de nuestros padres y madres que nos infunden una paz y una tranquilidad idónea para conciliar el sueño cuando somos pequeños?
Pues no lo sé, la verdad, pero es digno de estudio.
Creo que todos, en un momento de nuestra vida hemos pasado por una etapa de pesadillas, o inquietud y miedo por la noche, que nos han llevado a refugiarnos en la cama grande, para “regocijo” de nuestros progenitores.
En el caso de Hija1 e Hija2 también.
A riesgo de que haya gente que me trate de loca, de mala madre o yo que sé, he de decir que no hemos hecho colecho con nuestras hijas.
Para los que no saben, según wikipedia (en la RAE no está registrado): “El colecho o cama familiar es una práctica en la que bebés o niños pequeños duermen con uno o los dos progenitores. Es una práctica normal en muchas partes del mundo. El colecho puede ser practicado en la misma cama, en camas continuas o, cama y cuna unidas”. Se le suponen un montón de beneficios a nivel de vínculo entre el bebé y los padres.
Nosotros somos más de pensar que había que enseñarles a dormir en su cama, autonomía… sin olvidarnos de estar ahí cuando nos necesitasen (a cualquier hora).
Cuando eres padre/madre primerizo, todo el mundo te da su opinión sobre cómo tienes que hacerlo, cómo tiene que dormir, cómo hay que tener mano dura… un montón de consejos/ideas/recomendaciones o “estosehaceasís” que en realidad no pides, pero todos te dan su opinión y su experiencia (luego, cuando hay otra pareja primeriza, tú también lo haces… y lo sabes).
Así que cogimos consejos que nos parecieron útiles, y entre ellos decidimos leer algunos libros. Nos recomendaron sobre todo dos, que cuando fuimos a comprarlos el librero flipaba, porque eran totalmente antagonistas.
Uno era “Duérmete Niño”, en el que lo que se propone es dejar al niño llorar durante X tiempo antes de ir a atenderle, y así conseguir, mediante rutinas, que distinga el momento de dormir, sabiendo que no van a acudir porque quiera estar en ese momento con sus padres. Si soy sincera, no terminé de leerlo. Uno de los consejos que me dieron (a los que hice caso) fue el de seguir mi instinto y mi lógica (nuestra, en realidad, porque hasta esto hablábamos mi chico y yo), y mi instinto no permitía dejar a ninguna de las txikis llorando durante mucho tiempo.
El otro era “Bésame mucho”, que no era directamente de dormir, sino de crianza, y en el que se planteaba que por la noche había que atender todas las llamadas, para que el niño se sintiese seguro, y con un lugar claro al que regresar en caso de inseguridad, de manera que le permitía ser más autónomo y atreverse a investigar y descubrir.
Dos teorías totalmente contrarias, en lo que al sueño se refiere… Y nosotros nos decantamos por la segunda.
Durmieron en nuestra habitación hasta que hicieron la noche completa (más o menos 4 meses), y después han compartido habitación (como para decirles de separarse, está la cosa…). Dormían en su moisés hasta que aprendieron a darse la vuelta, y ante el peligro, les pasamos a la cuna en su habitación. Ya no pedían teta a mitad de noche, así que prácticamente no se despertaban. Ninguna de las dos, cuando les tocó.
De normal han sido de bien dormir, aunque han tenido sus épocas.
Hija1 durmió muy bien hasta que con 1 año y medio o así parece que se olió que venía competencia, y decidió comenzar con pesadillas y así… era tal su desasosiego que había que acompañarle… No ha habido noches casi en que me terminaba durmiendo en el sofá encima de su padre (el padre, por supuesto, como una marmota….), porque la madre estaba ya que parecía una ballena varada… Una vez nació Hija2 yo creo que vio que no era para tanto, y volvió a dormir bien.
Hija2 fue bastante marmota desde el principio. A ella lo que le costaba más (ya con 2 o 3 años), era quedarse dormida. Siempre ha sido de darle muchas vueltas a la cabeza, de pensar de más y de miedos, así que había que acompañarla un poco. Hubo un tiempo en que entramos en una rueda en que había que estar con ella hasta que se dormía, lo cual para nosotros tampoco era bueno, así que le enseñamos a tranquilizarse, y así coger el sueño.
Y luego, cuando cualquiera de las dos ha tenido un mal sueño o se ha despertado con susto, les hemos enseñado a llamar. Esto fue tras el primer microinfarto que sufrimos un día a las tres de la mañana, en que un pequeño ser en pijama con pelos de loca nos tocó el hombro para llamar nuestra atención y despertarnos… ¡coño qué susto!
Así que les enseñamos a que nos llamasen. Normalmente tenemos el detector interno encendido, así que nos llaman una o dos veces como mucho, y vamos a su habitación a tranquilizar a la que corresponda.
Pero, como he dicho al principio, hay veces que eso no es suficiente, y se necesita la cobertura y protección del edredón y el abrazo de ama o aita, y ahí lo tenemos preparado.
De más pequeñas ha habido veces de terminar en la cama grande los cuatro, o cambiar de habitación uno de los adultos, mientras las txikis dormían con el otro en la cama grande.
Está claro que esa noche duermes peor, que te levantas agotadico (da igual si te toca dormir con txiki o en la cama de la txiki), pero el que ellas puedan descansar, a nosotros nos compensa.
Y que tal como cuando nosotros éramos pequeños, entrar en esa fortaleza blandita de almohadas, edredones y sábanas les de seguridad para afrontar el sueño, y luego el día, es de lo mejor que vamos a tener. Y dura muy poco, crecen en seguida…
Así que sí, txiki, si tienes miedo, puedes venir a dormir a nuestra cama.