Ya he hablado alguna vez de la importancia que para mí tienen las amigas, y el pasar tiempo de calidad con ellas. Al final son las personas que te acompañan, como la familia, sólo que son la “familia que eliges”, como se suele decir.
Son aquellas personas a las que recurres para pedir algunos consejos, hacer algunas confesiones y sentirte en entorno seguro para luchar contra tus inseguridades.
Y en nuestro caso, nos gusta poner estos lazos a prueba; de otra manera no se entiende nuestro afán por irnos de escape room (¡vámonos de escape room!), y en esta ocasión, irnos 4 días de vacaciones al Mediterráneo.
Como ya comenté, somos cinco chavalicas, cada una de un padre y una madre, y con diferencias bastante marcadas en carácter, forma de pensar, de vivir… pero creo que eso es lo que hace que nuestra relación sea tan rica, tan sana y tan complementaria.
Así que nada, allá por octubre se empezó a gestar la idea, se empezaron a mirar calendarios (alguna trabajamos a turnos), y se fueron delimitando fechas posibles. El encuadre era complicado: trabajos propios, trabajos parejiles, retoños, buen tiempo… pero, como buenas aficionadas a los acertijos, conseguimos cuadrar una fecha para un fin de semana un poco largo (desde jueves) a mediados de junio. Para evitar que alguien se echase atrás cogimos ya el alojamiento en noviembre. ¿Previsoras? Va a ser; es cierto que tenía cancelación gratuita hasta final de mayo, pero parece que una vez cogido el alojamiento todo es más verdad.
Conforme fue acercándose la fecha fuimos concretando cosas: modo de viaje, ya que algunas teníamos fiesta todo el día, otras salían de currar a las 15.00, por lo que fueron más tarde en tren, posibles actividades (con algunas con un más que intenso interés en subirse a un plátano flotante) y ver intereses y querencias activas de cada una.
Por fin, un jueves de junio nos pusimos en marcha por la mañana mañanera tres de las cinco, que iríamos en coche.
Haciendo uso de las nuevas tecnologías, decidimos introducir en Google Maps el nombre de la población a la cual nos dirigíamos; y Google decidió que hacer un viaje muy directo por Autovía pues que no tenía tanto interés, y nos metió por la Cataluña profunda durante unos 100km. Impresionante, cómo hay gente que puede sobrevivir por allí.
Tras ampliar nuestros conocimientos sobre geografía gracias a la IA que se dice ahora, una vez llegadas a la población en cuestión, teníamos que ir a recoger las llaves a una inmobiliaria; pues bien, todo lo espabilado que había estado Google a la hora de convertirnos en exploradoras en la búsqueda de poblaciones indígenas catalanas, no lo estuvo para encontrar la inmobiliaria en cuestión. Había muretes que ya nos saludaban cuando pasábamos por cuarta vez. Así que decidimos hacer uso de nuestros conocimientos con eskaut, y por fin encontramos el sitio de las llaves, y más tarde el apartamento. Eso sí, primero al supermercado cercano cuyo nombre rima con mona para conseguir unos pocos víveres, pero para no estar “toda la tarde” como temía una de las exploradoras. Ninguna teníamos esa intención, pero que quedase claro.
El apartamento, un lujazo: de espacio, de vistas… y de piscina privada para el equipo neskas. Una maravilla. Así que mientras se terminaba de calentar el pollo (4 de la tarde, pero no pasa nada, hemos conocido Cataluña), dos de nosotras decidimos inaugurar la piscinita mientras la otra se quedaba poniendo la mesa, que no le apetecía bañarse. Claro, era la que más tarde entró en la inmobiliaria, y la que no había recibido la noticia de que iban a venir a mirar algo de la piscina. Así que mientras dos chapoteábamos despreocupadamente en la piscinilla, llamaron al timbre. Nuestra amiga, muy dada a las películas de misterio y a las novelas negras, decidió seguir al pobre señor que se había presentado como “el que iba a mirar el pH de la piscina”, mostrándole su total desconfianza, imaginándonos a todas ya descuartizadas y nuestros órganos en el mercado negro. Su grito de “¡sube un señor a mirar el pH!” fue contestado con un “¡No, que estamos en bolas!” (mentira), para apuro del pobre técnico que no sabía qué hacer. Finalmente nuestra amiga le dijo que era mentira, nosotras bajamos con nuestros bañadores y él miró el pH y se fue corriendo.
Otro de los puntos importantes del viaje fue ir a buscar a las tardonicas del tren. Paradas de cualquier manera en la estación, tuvimos que esperar algo más de media hora que llevaban de retraso. Aquí fue donde nos perdonó el cosmos nuestra primera multa, porque el cartel de no parar (y mucho menos aparcar) se veía desde la Estación Espacial Internacional, pero qué mas daba, si “era solo un momento”. Como digo, aquí nos perdonaron la primera de las multas del fin de semana; porque ha sido un vivir al límite de la ley continuo…
Como se hizo tarde y no teníamos muy claro qué hacer para cenar, acabamos en una plaza del pueblo en cuestión, un lugar un poco apagado, y unos locales un tanto andrajosillos, pero la verdad que el muchacho que nos atendió y nos sacó cosas de cenar, además de hacer un gran esfuerzo por hacerse entender en castellano, se lo curró bastante. Así que tras unas tapitas y un bocata de escombro ibérico (¿a que no sabéis cómo se llama ahora nuestro grupo de whatsapp?), pusimos rumbo al apartamento, para tomarnos un digestivo, contar cuatro chascarrillos y sortear las habitaciones, porque dos teníamos que compartir. Y sí, me tocó a mi. La lotería no me tocará, no…
Al día siguiente, como buenas señoras que ya somos, a las 8.30 estábamos todas en pie y nos fuimos a andar. Suena surrealista, lo sé, pero fue así; una iba a ir seguro, el resto íbamos a fluir. Pero esto que una se levanta, se levanta la otra, a las 8.20 estábamos todas en pie fluyendo por el apartamento… ¡pues a andar!
Tras el amplio desayuno en la pedazo de terraza de nuestro apartamento (ya lo considerábamos nuestro), mañanita de playa. Los sherpas nos faltaron: tres sombrillas, las sillas, el carro convertible en mesa, el pareo para dejar las cestas/mochilas… ¿que quizá dimos un poco de espectáculo playero? no lo dudo, es nuestra esencia.
Tras ducha post-playera (algunas, que otras se ducharon lo justo en todo el fin de semana) nos acercamos a un lugar típico de vacaciones que rima con “slow” para comernos una paella, porque sí, porque lo valemos. Después de comer, con la tripa llena de granos (juju), los vapores de la sangría y del vino blanco haciendo de las suyas y 60ºC a la sombra con calor húmedo nos pareció una gran idea caminar bajo el sol para ir de tiendicas. No hubo bajas en el equipo, pero por poco. Y como somos de espíritu inquieto, buscamos un escape room para ponernos nuevamente a prueba. Sí, sí, 4 horas y pico de viaje para volver a meternos en un escape room. Una de las grandes cosas es que tenía aire acondicionado (maravilla). ¿Que si conseguimos salir? of course, ya somos un gran equipo de escape. Es más, hemos hecho buena hasta a la que no nos acompañó en el primero que ganamos… ahí lo dejo.
La intención era quedarnos de Nochentera, pero tras el madrugón andarín, la travesía del desierto y el calorro acumulado, estábamos un poco “cuerpo escombro” (como el bocata), así que cenamos, y de vuelta al apartamento, para tomarnos un digestivo y chascarrear de nuestras cosas.
Al día siguiente hubo dos bajas en el team andarín, así que cuando llegaron las caminantas desayuno y a la playa. El día se fue nublando, se fue poniendo feo, así que pasamos la tarde, como dice mi madre, “dándole a la sinhueso”. Hubo tiempo para todo: juegos de mesa, confesiones, consejos, intimidades, preguntas y conversaciones con el Universo… Fue realmente un tiempo de calidad; de sentada de toda la tarde, con tónica desinfectada, y más a gusto que en brazos. Lo continuamos con la cena, y más tarde nos recogimos, que al día siguiente volvíamos.
Entre medias salimos una expedición de dos al supermercado del primer día a coger alguna provisión más, entre ellas hielo y vino, para hidratarnos. La cosa es que, buscando un poco de independencia de Google Maps, me las di de listilla (yo conducía), y me equivoqué de cruce; pero como aquello estaba lleno de rotondas, la solución era bien fácil: llegar a la siguiente rotonda y dar la vuelta. Así hicimos, y a la que volvimos nos encontramos con un control de la Benemérita ahí plantado. Comentarios de “ya verás, somos del norte, las pintas que llevamos, encima en furgoneta…” entre mi acompañante y yo, para, efectivamente, pararnos:
GC1: Buenas tardes, señorita.
Yo: Buenas tardes.
GC1: ¿De dónde vienen?
Y aquí, no sé qué me pasó. Llevaba la boca seca, alcohol no había bebido (iba a conducir, y cuando así, ni medio zurito: si bebes, no conduzcas), y se juntó esto con los nervios. La respuesta correcta era “De Ametlla de Mar”, pero a mí me salió algo así como “Abella de bar”, lo que provocó una mirada entre horrorizada y divertida en mi compañera de viaje. GC1 sonríe, y me dice “si está en la otra dirección…”. Y yo: “ya, ya… que nos hemos equivocado de salida…”.
Entonces su atención se centra en su compañero (GC2) que está al otro lado del vehículo y en mi amiga:
GC2: Y usted, ¿tiene alguna exención?
Amiga: ¿Exención? ¿De qué?
GC2: Para llevar el cinturón de seguridad.
A lo que le miro, y sí, efectivamente, se le había olvidado poner el cinturón de seguridad… eehh ¿en qué momento?
GC1: pues son 200€ de multa…
Amiga y yo blancas. GC2 descojonao de la risa, literal.
GC1: Hale, por esta vez le perdonamos; póngase el cinturón y pueden continuar.
Segunda multa perdonada.
Al día siguiente, tras el paseo mañanero, del cual ya desertamos 3, desayunamos en la terraza, pero más por cabezonería, porque llovía a cántaros. El Universo había decidido ponernos fácil lo de marcharnos; la comida la teníamos hecha del día anterior, así que nos fuimos a un pueblo cercano que rima con “Beverly Hills” otra vez de tiendukis, entre tormenta y tormenta.
En estos pueblos lo de la zona azul es muy raro. La aplicación del móvil no se entiende, y no es por el idioma. Aparcamos, pusimos en marcha la aplicación y nos fuimos a trastear por las tiendas. A la vuelta, receta. Afortunadamente el señor de la zona azul andaba por allá, le pregunté, le mostré la aplicación, y gentilmente nos retiró la multa.
Tercera multa perdonada.
Así que nada, vuelta al apartamento para comer, consiguiente reparto de sobras (apenas sobró leche, sólo 6 litros), cargar coche, y vuelta a la realidad.
En esta ocasión decidimos que nosotras tomaríamos la iniciativa, y no la Inteligencia Artificial, así que volvimos casi todo por Autovía… y más vale. Nada más entrar en Navarra nos calló una tromba de agua, granizo y fin del mundo, que se vivió con cierta tensión… de nada valían los temazos que habíamos ido cantando en el viaje de vuelta, entre los que no podía faltar “Nochetera”, mezclado con “Ojalá que llueva” y el último descubrimiento, “Potra Salvaje” de Isabel Aaiún. Se vivieron momentos de agobio, porque no veíamos nada, pero tampoco podíamos parar, así que poco a poco (que es como se hace el moco), conseguimos salir de Mordor y llegar con bien a nuestra Vieja Iruña.
Conclusiones importantes del fin de semana:
– Es totalmente necesario e imprescindible hacer una escapada de estas al cabo del año.
– Para algunos somos “Malasmadres”, y con orgullo; una vez superada la culpa, tras nuestras sesiones de autocoaching nos ha quedado claro que para cuidar, tenemos que cuidarnos, y que en la medida en que estemos bien, mejor cuidaremos. ¡Ah! y que ante las preguntas de “¿que te vas con las amigas? ¿y los hijos?” la respuesta correcta es: “no somos familia monoparental, tienen un padre con el que practico la corresponsabilidad”.
– Así también se da ejemplo a los hijos: tu madre también es un ser independiente con sus necesidades, sus amigas y sus propios espacios. Eso no les hace menos importantes a los hijos, pero no le quita importancia a la mujer.
– Somos un gran grupo de amigas. No me canso de repetirlo. Un lugar donde sentirse segura. Chicas, os quiero.
– Cada vez somos mejores en los escape room.
– Miedo me da el próximo viaje (porque sí, lo habrá): nos hemos jugado el tipo con las multas, alguna nos ha de tocar seguro.