Ama, ¡no queda leche!

¿Cómo no va a quedar leche si solo nos falta comprar la vaca? Esto es lo que pienso, mientras bajo al trastero a por “la de reserva”.

Pero sí, ese es el punto de stock familiar en que hay que pensar en hacer compra grande.

Así que bien de paciencia, bien de bolsas reutilizables y a hacer la lista de la compra.

Una de las tareas que les hemos ido encomendando es que nos ayuden a hacerla; o bien apuntando al dictado, o viendo armarios y lo que falta.

Luego está la programación de la excursión; porque yo, si voy al hiper, que el viaje sea aprovechado, si no, para qué. Es decir, hay que hacer compra como para llenar el carro y que rebose; que si no para eso está el súper del barrio.

Ahora, con la edad de las txikis, es algo rápido, y ni tan mal (13 y 11 años dan para que colaboren de colaborar, no de enredar, aunque de todo hay). Conocen más o menos dónde están las cosas, así que, a no ser que tengan el día tonto, ayudan más que desayudan.

Otra cosica era de txikis… De muy txikis, una a la silla del carro, otra al carro propiamente, y así estaban controladas; pero cuando la mayor ya creció había que dejarla en el suelo… y es de natural curioso. Así que le dábamos la lista de la compra, y era la encargada de tachar. A veces le daba el boli a su hermana pequeña y ya teníamos el lío hecho; o estaba tranquila, sin más con el boli en la mano, o le daba uso; una vez decidió probar cómo le quedaría una manga de tatuajes, y se pintó desde el dedo hasta más arriba del codo, en arte abstracto. Me reí, qué vas a hacer.

Cuando ya eran grandes para ir en el carro, pero txikis para mantener su concentración durante toda la compra, fuimos especialmente conocidos en el hiper; se acordaban de mes a mes. Si estábamos ya para pagar y sonaba la alarma, directamente levantaba la mano para pedir perdón. ¡Qué manía con tocar las puertas esas por las que no se puede salir, coño! Había dos tipos de personas en las cajas: las que eran madres o padres, y te miraban con esa cara de compasión y “tranquila, hay veces que no hay manera”, o las que o no lo eran, o no se acordaban, y te llamaban la atención en voz algo elevada, y la mirada del tigre de “es viernes a las 7 de la tarde y no puedo más con la vida como para que venga un pequeño humano a tocarme aquello”.

En el primer caso, se responde con una sonrisa tímida y recoger a los retoños, y en el segundo agachar orejas, cara. y con tono de “tierra trágame” pedir disculpas…

Entonces descubrimos la compra por internet, en la que, por un módico precio, te la traen hasta casa (pero hasta arriba), y es una maravilla si no tienes tiempo. Encima, no “picas”, esas chorradicas que no están en la lista, o la camiseta tan mona y tan bien de precio que a HIja1 o Hija2 le va a quedar de miedo.

Como digo, una vez han crecido, la cosa es más fácil, sencilla y para toda la familia (si has puesto el acento de Kristian Pielhoff, y te has acordado de Bricomanía, tienes una edad).

Y luego están las compras de diario, de frescos y tal, que se hace en el barrio, y conoces a la flora y fauna del lugar en cuestión, normalmente con una media de edad parecida a la de Mª Teresa Campos, y con cierta tendencia a pensar que tienen derecho a casi todo.

Vas a la carnicería. Están la Mari y la Carmen (con “la”, siempre, si no, les quitas personalidad). Una que es muy educada, y ha crecido en barrio, con otras la Maris y la Cármenes, pregunta: “¿quién es la última?”, y coges tu vez, ya que te dicen que ambas están siendo atendidas. En esto entra la Juli, que es contemporánea de las dos anteriores, y vuelve la Mari a contarle en un tono para que nos enteremos todas la última hazaña de su nieto que se cayó con la bici o no sé qué. Paga la Mari, pero se queda de charleta con las otras y de repente la Juli: “¿Vas tú, mi chica? Es que tengo un poco de prisa, y sólo voy a coger tres cosas…”.

Analicemos: Si no vas tú, evidentemente, voy yo, pero entiendo la cortesía de preguntar y no colarte con todo el papo, pero por mi parte, no va a colar.

Y luego, ¿mi chica? Señora, que una tiene una edad; que aparento menos y soy súúúúúúper juvenil, sí, pero conocí Barrio Sésamo de Espinete; tengo una edad.

Así, que la lío… “Pues lo siento, pero es que yo también tengo prisa, y pocas cosas por coger…”. Hago mi compra rápidamente y me voy. Fijo que me están haciendo traje nuevo.

Siguiente parada, panadería, donde se nos conoce a todas las personas que entramos por nuestro nombre (o casi); si no, por la hija de o el hijo de, pero como en tiempos, “de qué casa eres”, se sabe. Cuando salgo me cruzo con el trío calavera, que ya ha salido de la carnicería, me miran, les miro, y amablemente me despido de todos los parroquianos.

En estos establecimientos está bien el trato personal, el que te conozcan, el “te pongo las pechugas como te gustan” (¿perdone?), o te doy el pan más tostado, que sé que te gusta. Así da gusto, y la verdad es que lo aprecio. Tras la pandemia compramos más en el barrio que nunca, hay que ayudar a tirar p’arriba.

Luego está el super del barrio, otro lugar de encuentro del barrio, solo comparable con el centro de salud, o ambulatorio, como lo conoce “la juventud”. Mi barrio tiene una media de edad bastante elevada (habemus algunos más jóvenes, pero pocos), así que, si como yo, trabajas a turnos, cuando voy por la mañana a hacer las compras disminuyo la media de edad del establecimiento en más de 4 lustros…

Aquí, en el super, es un poco Cabárceno, la verdad… te encuentras de todo: la que revuelve toda la cámara de los yogures, para encontrar los que tienen la fecha de caducidad más lejana (que total se lleva 4 y se los van a comer en dos días, pero mejor que caduque dentro de 15; quien lo entienda, que me lo explique); también el que va con la mascarilla por debajo de la nariz, pinta de despistado, tocando toooodas las manzanas (no se deja ni una), sin guantes, muy majo él; la que aplasta todas las barras de pan para ver cuál cruje más; la que se planta en la cámara del chorizo Pamplona, abre la puerta y se queda mirando como si le fuese a decir algo el fuet, y no te deja a ti coger lo que ibas a buscar; el que lleva al nieto, que mete el dedico en todos los paquetes que están envueltos en papel film, rompiéndolo, mientras el yayo intenta disimular; y la Juli, que no le dejaste pasar en la carnicería el otro día y te la tiene guardada.

Y a todo esto, le sumas mi favorita: en la caja, “mi chica, ¿me dejas pasar, que solo llevo esto?”. No puedo con ello; a veces las dejo pasar por no discutir, pero de verdad, es como los que adelantan cuando hay atasco en la carretera. ¿Cuánto vas a ganar?¿Un minuto? Pero señora, a sus 83 años, ¿qué le corre tanta prisa?¿Ana Rosa Quintana? Créame, que le hago un favor no dejándole pasar.

Y el bonus track: “oye maja, ¿tú sabes cómo va esto de pesar la fruta?” “ya le ayudo, señora; mire, lo pone aquí y pulsa el botón del numerico” “¡Ay! gracias, majica… que me hago lío”; o aquella otra que llega a la caja y con toda la mano llena (pero llena a rebosar) de monedas, a la cajera: “Anda, cógeme, que no distingo las monedicas esas tan pequeñas”. Estas últimas me dan mucha ternura; además que me siento identificada, que antes de operarme los ojos era Rompetechos, pero me daba vergüenza decirle a la cajera que no veía ni un moco, y lo evitaba.

En estos sitios, si te ven persona en edad trabajable, haciendo las compras por el barrio por la mañana, no te creas, que te miran en plan: “angelico, no tendrá trabajo, o será una vaga, o una mantenida”… Pues no, señora, TRABAJO A TURNOS.

En fin. Es cierto que hay veces que nos pueden sacar de nuestras casillas, pero qué sería de nuestros barrios sin las Julis, las Maris, las Cármenes y los Josés. Son los que al final lo han construido, le han dado la identidad y lo han peleado, así que les tendremos, aunque sea, un poco de paciencia y deferencia (aunque sea solo a veces).

1 comentario de “Ama, ¡no queda leche!”

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