El crecimiento de nuestros churumbeles está lleno de cosicas que van superando; por ejemplo, cuando pasan de la teta o tetina a la cuchara; de comer en puré a comerse un chuletón sin suspirar; de dormir en cuna a pasar a la cama; o cuando se les quita el pañal, y se les enseña a pedir pis o cacas y dejar de manchar braguitas o gayumbetes.
Y es en este último punto, donde toca poner a mear al chiquillo o a la chiquilla en cuestión, en los sitios más inverosímiles. Y di que si es niño, es más fácil, porque al final tienen la “cosica práctica” que se dice en mi casa…
Pero en mi caso, que son dos niñas, anda que no han visto mundo esos culetes. Árbol que veían, casi árbol que regaban… Y no es nada así, de txikis, que la cosa se complica cuando vas creciendo, adolescencia, juventud… pero eso lo hablaré en un ratico.
Recuerdo con estas fieras, que les íbamos enseñando: antes de salir de casa, probábamos a hacer pis, pero era salir y ya estaban pidiendo. Así que nada, ropa interior de repuesto, pantalón de repuesto, y a recorrer mundo.
Y bueno, mientras tienen 2, 3 e incluso 4 años (según el tamaño de la txiki), tiene un pase eso de ponerle a hacer pis entre dos coches, pero después es más difícil, y tienes que ir bien a un baño público (con el asquito que da), o tener gente conocida con sociedad o casa cerca de donde te vayas a mover. Siempre está la posibilidad de llevar pañuelos de papel suficientes para forrar con doble capa el baño público, pero el Amazonas se quejaría…
Está todo lleno de anécdotas que cualquier madre o padre puede contar. Como aquella vez que íbamos al monte con un montón de gente (igual estábamos 60 personas), y ahí estaba Hija2, sin salir del pueblo, con su urgencia… “¡Ama! ¡que me hago cacas!”. ¡Cacas! Así, en un pueblo pequeño, sin bar… (sí, sí, ¡sin bar! que ya dijo una vez una amiga, que “un pueblo sin bares es como un jardín sin flores”; real como la vida misma). Pues nada, entre dos coches, y como con los perricos, a recoger el regalo en una bolsa y a la papelera.
Conozco también casos de gente que llevaba el orinal debajo de la silleta, y cuando pedía le colocaban el orinal así, discretamente (todo lo discreto que puede quedar un orinal en mitad de la calle), y hacía sus cosas.
Pero había veces que el accidente o catástrofe era inevitable, pero por suerte éramos previsores.
Luego ya, llega la adolescencia/juventud, época en la que ya se te supone más civilizada, pero en la que también empiezas a salir (cuando se podía, que esperemos que vuelva más pronto que tarde), y en el que sustituimos el “ama, me hago pis”, por el “¡tía, tía!¡que me meo!”.
Y ahí, a según qué horas, y según en qué estados, sí que se viven historias para no dormir…
Están las ocasiones en que, de una manera normal, haces la cola del baño (inevitable a ciertas horas), entras en un baño infecto con un dedo de algo líquido por el suelo, haces tus cosas intentando no tocar nada (si sabes levitar, lo haces), y sales con toda la dignidad posible, lavándote las manos con sosa cáustica si la encuentras.
En este tipo de situaciones te encuentras con gente con la que, no se sabe muy bien por qué, mantienes unas conversaciones de lo más fluidas y amenas (bueno, igual por las horas, el aburrimiento y la ingesta previa de alcohol), y aparece la solidaridad femenina: hay algo por lo que te fías de dejarle el abrigo a la que va a entrar después de ti, ofreces pañuelos de papel… Son las archiconocidas “amigas de baño”.
Otra de veces, es en fiestas. Una odisea, oiga. Por ejemplo, en sanfermines, cuando eres ya perro viejo, y llevas fiestas a tus espaldas, tienes algunos lugares fichados: los bares donde ponen garrafón, los bares donde ponen vaso de cristal (para esto ya peinas alguna cana, o te las tiñes), los bares donde ponen buena música y los bares donde el baño está medianamente limpio. También existen los barracones de baños (como casetas de obra), que se mantienen bastante decentes porque hay gente que está ahí las 24h, limpiando y manteniéndolos utilizables. Y por último los baños portátiles o químicos de toda la vida que son una guarrada, vayas cuando vayas; con ese líquido azul, ese olor químico a no se sabe qué, y los desechos de los que han pasado antes que tú… un ascazo, vaya… Una vez vi, en directo, con estos ojitos que se han de comer los gusanos, cómo volcaban uno, haciendo el ceporro, ¡con un tío dentro! No os cuento cómo salió el individuo… ¡para meterlo en remojo lo que quedaba de año!
En ambos casos, cuando vivíamos en la parte vieja, teníamos ventajas y desventajas: tenías el baño a nada y podías ir y volver casi en el mismo tiempo que te costaba hacer cola, pero por otro lado, según cómo estuvieses, te podías quedar dormido en el sofá (y no miro a nadie). O podía ser que un amigo que no era capaz de hacer cosas de más envergadura en un bar, te pidiese por favor por favor ir al baño de tu casa a descargar a altas horas de la madrugada, mientras durante la espera tú veías en la tele cómo se estaba quemando el Windsor (y sigo sin mirar a nadie).
Lo mejor es tener una sociedad en lo viejo, cerrada al público en general, en donde puedes ir en estos casos, de paso coger una cervezuela a buen precio, y seguir con la parranda (aunque haya que tener cuidado con las escaleras, y tampoco miro a nadie).
Por último, está el momento en que tienes que descargar la vejiga, y no hay baño utilizable en una distancia prudencial a la redonda. Esto puede ocurrir, por lo menos en dos situaciones: estás de juerga o estás en el monte/de campamento; aunque bueno, puede haber una combinación de ambas, que es un auténtico cuadro flamenco…
Si te pilla de juerga, puede ser en medio urbano, donde los chicos lo tienen más fácil por la anteriormente mencionada “cosica práctica”, aunque llegados a ciertos momentos el pudor y la vergüenza pasan a un segundo plano: he vivido aquello de “tapadme, chicas” y dos o tres cazadoras se extendían entre los dos coches para tapar a la compañera en apuros; hay que decir que una vez, en una de esas, en lugar de estar entre dos coches la susodicha estaba en plena puerta de una discoteca, ella no era consciente, pero no pasa nada, se le tapó, y aquí paz y después gloria.
En las fiestas de pueblo es distinto. Los chicos continúan con su facilidad, pero nosotras tenemos más sitios a oscuras para poder vaciar cisternas. Siempre te puede pasar que vayas con tu amiga a echar un pis a las afueras del pequeño pueblo y cuando estás ahí, con el culo en pompa se enciendan unos pedazo focos del tractor del tempranero agricultor, que del bote te subes pantalones y todo de golpe, pero son gajes del oficio; o también puede pasar que estés en fiestas de un barrio, donde por cosas de la vida se monta una bronca enorme con cargas policiales incluidas, pero tú en tu ignorancia te hayas ido al descampado a oscuras con dos amigas a dejar tus cosas, y estando en posición empiece a pasar gente corriendo alrededor huyendo de los porrazos, pero no pasa nada…
Luego están las del monte. Ya he comentado alguna vez que solemos ir a hacer algunas rutillas, o a dar una vuelta, y claro, allí no hay baños… Así que nada, te aseguras de que no viene nadie, te apartas del camino, te pones entre unos arbustos, y en el momento en que estás en ello, pasa el club de montaña “Mendizales Oportunos” compuesto por 47 hombres, mujeres e infantes, y te van saludando de uno en uno… “Epa”, “Kaixo”, “Aupa”, mientras tú terminas de recomponerte.
Y para terminar, mi favorito: el campamento de verano.
Ya he comentado alguna vez que tanto Aita como yo hemos sido parte de un grupo scout durante muchos años; en verano nos íbamos de campamento durante 15 días, en los que todo lo parecido a luz eléctrica, agua corriente o baño era algo anecdótico: nos alumbrábamos con linternas o txuspigases (lumigas para el resto de mortales); nos lavábamos con agua del río, jabones biodesagradables (biodegradables para el resto de mortales), y hacíamos nuestras cosas en una letrina.
Letrina, sí, sí, letrina. Esto es un agujero en el monte, de tamaño majo, como si fueses a enterrar un caballo (¿por qué este ejemplo? pues porque me ha salido, yo qué se). Tenía una estructura hecha con troncos, de tal manera que te podías sentar, dejando el culo colgandero para que cayese en la zanja lo que sea que querías regalar a la Madre Naturaleza, y estaba rodeado por otra estructura (un módulo de un andamio), para sujetar unas lonas para que no mostrases tus posaderas a todo el valle. Tras expulsar lo que tu cuerpo consideraba que ya eran desechos, y la pertinente limpieza con papel higiénico (lo único que tenía algo de higiene en todo esto, aunque fuese en el nombre), tocaba echar una palada de tierra para tapar tu creación. Así, todo el mundo aportaba hasta que se llenaba, se enterraba y se hacía otra (nunca llegamos a este punto).
Esta maravillosa estructura la teníamos montada entre los árboles que rodeaban la campa, más que nada por discreción y alejar aromas. De un año para otro cambiábamos la ubicación, por esto de no desenterrar cosas del pasado, ya me entendéis…
Pero claro, llegaba la noche, y eso de subir a las 11 de la noche, todo oscuro ciego con la mierdecilla de linterna hasta la estructura del mal, pues daba miedito (y más cuando alguno cayó dentro… si pisar una mierda da suerte, aquel chaval debe tener una vida de lo más afortunada…); así que cuando la vejiga apretaba en la noche, siempre en compañía, íbamos a los arbustos cercanos. Y allí, en el silencio de la noche, con el cielo estrellado, estabas a tus cosas, cuando de repente… “¿has oído eso?” “¿lo qué?” “Ese ruido” “Tía, ¡no me acojones!” Y entonces llegaba el gracioso de los coj… de turno, que nos había seguido, pegaba un grito, y salíamos las dos corriendo casi con el culo al aire por la campa… muy gracioso todo.
En fin, de todas estas experiencias propias y extrañas, se pueden sacar varias enseñanzas:
- Es mejor salir con las cosas hechas de casa.
- Hagas lo que hagas, ponte brag… ¡ay, no! Lleva pañuelos de papel. Dos paquetes; o tres.
- Da igual cuándo decidas pararte a hacer pis cuando vayas al monte; siempre va a pasar alguien: montañeros, cazadores, domingueros… asúmelo y saluda con naturalidad.
- Hazte de una peña o una sociedad de lo viejo, es la mejor opción para tener un baño limpio; si la situación económica no te lo permite, échate un amigo que viva en lo viejo (con ascensor, mejor).
- Evita por todos lo medios hacerlo en la vía pública (por una cuestión de respeto a vecinos y demás); si no lo puedes evitar, asegura el perímetro, elige una zona donde no vayas a molestar, y que no sea en la puerta del local donde vas a entrar, gracias.
- Con todo esto, ¿entendéis ahora por qué las chicas siempre vamos por lo menos de dos en dos al baño? ¡No es fácil mear fuera de casa!
Yo de las de monte tengo experiencias bastante surrealistas.
Como estar en Arequipa descendiendo un seis mil, no ver a nadie en todo el día, y ponerme a hacer mis cositas (en ese tipo montes el esconderse suele ser difícil) y aparecer un grupo que subían bien tarde. 😂😂😂😂
Te iba a explicar mi experiencia,pero veo que ya la has puesto tú…jajajaja.
Muxus eta Zorionak!!