Continuando con el post de la semana pasada, una vez le contamos a Hija1 cómo fue su nacimiento, POR SUPUESTO, Hija2 quería saber del suyo.
Así que continuamos la tarde con las anécdotas paritorias.
Partimos de la base de que Hija1 e Hija2 se llevan 2 años y 6 días; por lo que nuestra mayor preocupación hasta el segundo cumpleaños de Hija1, era que porfavorporfavor no coincidiese el día de cumpleaños. Una vez pasó la fecha, nos comenzamos a relajar.
Hija2 dio varios avisos de que estaba para salir, con sus correspondientes visitas a maternidad, que nos mandaban para casa. Pero el día D, sabíamos que lo era.
Era festivo, estábamos en el parque con Hija1 y una cuñada. Comencé con contracciones en plan “ama, ahora sí que voy”, pero no queríamos decir nada por la anterior falsa alarma… yo solo miraba a Aita con cara de “invéntate algo y procedemos con el plan desalojo uterino de Hija2“.
Mi chico, que hay veces que le cuesta coger las indirectas a la primera, tardó en darse cuenta, pero finalmente puso una excusa mierder y nos fuimos para casa. De ahí, como las contracciones seguían, fuimos a casa de mis padres para dejar a Hija1, mientras nosotros íbamos a maternidad. 16.30h.
Sabiendo lo ocurrido en el parto anterior con la reiterativa pizza 4 quesos, la comida fue ligerita. Un poco de verdura y pollo a la plancha, no sea que de nuevo me fuese a acordar de la comida durante unas cuantas horas…
Así que allí estábamos, dos años después, ya estrenados como padres, tomándonos un poco más tranquilos el proceso que nos quedaba por delante. Esperábamos que no fuese tan largo como el anterior (26 horas), porque además era segundo parto.
Nos llevaron a la habitación donde habría de dilatar, e incluso, si todo iba bien, dar a luz con ayuda de una matrona. Quitar ropa, poner camisón tan estupendo que se ve el culo, y esperar a que cojan vía y pongan el registro de la chiquilla.
Era la misma habitación, así que estábamos casi de remember.
Y para dar más sensación de dejà vu, ahí estaba mi enfermera favorita (no, no se me había olvidado la cara… es lo que tiene la memoria fotográfica: los nombres me bailan siempre, pero las caras… soy buena fisionomista). De nuevo jactándose de su maestría a la hora de coger vías. Pero ahí estaba yo, con los primeros dolores y algunos nervios, para recordarle que 2 años atrás no había dado una. Tragó en seco. Comienza procedimiento.
Sé que no es bonito, que no es una ciencia exacta esto de coger vías, que aunque tengas buenas venas (como es mi caso), puede que ese día no sea el día de tus venas o el día de tu enfermera; pero iba a parir, y ahí tenemos permiso casi para decir cualquier cosa. El tema es que bien sea por su maestría, bien por la presión añadida, me la cogió a la primera… Suspiró, me miró sonriente y yo le dí las gracias aliviada. Todo bien, ya nos hicimos amigas.
Hija2 tenía más prisa por salir, o quizá Hija1 ya le había abierto bien camino, así que la cosa iba rapidilla. Me pusieron la epidrual, y nos dijeron que iba para rato, aunque no mucho, así que mandé a Aita a cenar, y que avisase a las familas, para estar presente en el gran momento. Ya nos habían avisado de que como Hija2 venía hecha una ternerica (vino enorme), no nos quedaba otra que ir al paritorio a dar a luz, así que la idea de en esa sala, con la intimidad de Aita y de la matrona, se desechó.
Una vez me quedé sola, todo se precipitó: la epidural me sentó como una patada en las tripas… dentro de mi viaje astral, pude llamar al timbre y vino la matrona (había habido cambio de turno y era otra entradica en años… yo creo que tardaría en olvidarme… así soy, dejo huella).
Con una tensión por los suelos, tuvieron que detener la epidural, recobré un poco el “oremus”, pero al quitar la epidural, aquello empezó a ir rápido rápido.
Hubo suerte, y Aita llegó antes de tiempo, para poder cogerme aunque sea la mano. La situación era la siguiente: Yo ya dilatada del todo gritando como si no se me oyese; Hija2 dando guerra para salir; el personal terminando de apañar el paritorio porque justo había parido otra chica; la matrona toda agobiada diciéndome “no empujes, michica, que vamos ya para el paritorio” (¿que no empuje? ¡señora, que es mi cuerpo, que va por libre!); Aita pálido, sin saber qué hacer el pobre para aliviarme; yo con unas ganas de empujar que flipas; Hija2 empezando a coronar. Un cuadro flamenco vamos…
Despejaron paritorio, y para adentro, y a mi pobre chico me lo dejaron en la habitación, escuchándome gritar como una loca.
Aquí fue donde comprendí el significado completo de la palabra PARTO. Porque te partes, y no de la risa. De hecho, en euskera parir se dice “erditu”, traducido literal, partirse en dos. Pues esa era la sensación.
El pobre Aita no hacía más que dar vueltas y preguntar a todo el que pasaba por ahí, mientras oía mis gritos desde el paritorio. Como encima volvió a ser instrumentalizado, no pudo entrar, tampoco… y llegó un momento en que debí dar un alarido, que hasta mis padres que viven cerca del hospital debieron intuir que ya había llegado Hija2.
Aita dice que supo el momento exacto en que llegó, y justo después escuchó su llanto.
Desde aquí, pido disculpas al personal sanitario por si les dije alguna palabra malsonante (creo que no, pero no estaba en mí), y al resto de parturientas que vieron aumentada su angustia al oír a una compañera de partos en semejante estado; no lo pude evitar. ¡Ah! y a la pobre matrona cercana a la jubilación que se debió estar acordando de mi unos días.
De nuevo la sensación indescriptible cuando me pusieron a la gordi encima, y cuando entró Aita.
Para hacerse una idea, la media de talla y peso de los bebés es más o menos 50cm y 3,500 kg, y la tía midió 48 centímetros y pesó 4,200 casi. La gente se suele reir cuando lo digo, pero es que realmente era esférica.
Y tras el intenso trance, todo fue bien, la txiki crece estupendamente, a mí se olvidó parte del mal rato, e incluso llegamos a plantearnos un tercer txiki, pero en eso quedó, en un planteamiento…