Si hay algo que ha hecho que me encante cocinar, es el haberme criado con una madre cocinera. Es lo que hay.
Además de cocinar fuera de casa, cuando regresaba al hogar no se conformaba con prepararnos algo rápido, por estar cansada o hasta un sitio de darle a los pucheros (y eso que ostenta el record mundial de elaboración de albóndigas: 16.000 de una sentada, dato real, solo que no estaba sentada, estaba trabajando). No. Se lo curraba. No te digo ya en los eventos familiares; algo que ella hacía con la boina, luego lo intentabas imitar y tenía su intríngulis…
Y consiguió que a los tres hijos no se nos diese mal. Desde bien pequeños tengo el recuerdo de hacer croquetas y albóndigas formando una cadena de montaje… eso sí, cada una de un tamaño, pero eran NUESTRAS albóndigas. Conforme íbamos creciendo nos iba enseñando más cosas: a hacer pasta, tortillas, hacíamos de pinches para todo tipo de ensaladas, ensaladillas, guisos y pucheros…
Una vez independizados, continuamos con soporte remoto: cada vez que vamos a hacer un guiso que no hemos hecho nunca, o una receta típica de mi madre, llamada al canto, y nos explica por teléfono. O si vamos a organizar algo para mucha gente, clava las cantidades (excepto si se trata de pasta, eso sí… ahí calcula para todo el vecindario, pero para que repitan…).
Esto hizo que nos gustase cocinar a los tres, aunque tengamos más o menos tiempo, pero para mí, ese momento de hacer un plato medianamente elaborado, con sus tiempos, sus pausas, sus mezclas… es un remanso de paz y tranquilidad, me relaja y lo disfruto. Y es algo que me gustaría transmitir a las txikis.
Siguiendo el ejemplo de mi señora madre (para eso soy Hija de Madre), desde bien pequeñas he metido a las txikis a la cocina. Ya sea para echar la harina en el bol para hacer un bizcocho, para amasar las albóndigas (como veis es un plato muy recurrido en mi casa), o para cortar las alubias verdes antes de meterlas en la olla. Y les gusta.
Durante la cuarentena/confinamiento/encierro/estate quieto en tu casa, aprovechamos que solo salíamos un día para la compra (mejor dicho, salía, yo), para planificar bien las comidas de la semana, cosa que no hacíamos desde hacía tiempo por la rapidez de la vida y lo estresados que vivíamos antes del parón. De esta manera, no improvisábamos, y llevábamos una alimentación más organizada. Fue una de las cosas positivas que sacamos de aquella temporada.
Así pues, teniendo ingredientes y tiempo (mucho tiempo), nos estuvimos dedicando a cocinar en familia; no solo las cosas sencillas, como amasar o dar forma a las croquetas, sino a hacer las desde el principio, probar, añadir, improvisar… Han cocinado desde unas lentejas, hasta unos champiñones al ajillo; desde un bizcocho a un pollo en salsa… y han sido momentos en familia muy muy disfrutados.
Para Hija2, que no es buena comedora, que digamos, el vivir la comida desde la preparación y los pucheros, ha hecho que luego disfrute comiéndolos, y los aprecie; ha probado alimentos que antes ni se planteaba. Y para Hija1 ha supuesto un aprendizaje de elaboraciones y sabores muy guay. Podríamos decir que su relación con la alimentación ha cambiado, pues ya no es solo sentarse a la mesa y comer lo que me den, sino que se vieron involucradas en la planificación y la elaboración, por lo que se sienten más protagonistas y responsables.
Y así seguimos. Para este principio de curso, ellas han planificado los almuerzos semanales (aunque a veces varíe algo); participan en la disposición del menú semanal, e incluso en la organización de las compras.
Investigan nuevas recetas. Buscan en internet cosas que han oído; dan alternativas a la “comida basura”. No hemos sido de comer mucho en establecimientos de comida rápida franquiciada, pero, como a todos los niños, se lo meten por los ojos. Así que, junto a ellas hemos buscado alternativa: hacemos un día a la semana de “fast-food”, pero casera: ¿que decidimos pizza? pues la elaboramos entera, incluida la masa; ¿que hoy hamburguesa? pues lo mismo, cogemos la carne picada y la hacemos nosotros mismos… y así con todo, dando una alternativa más sana a algo que les han metido como una opción de ocio (pasar la tarde en la hamburguesería…).
Y disfrutan de los momentos en la cocina, primero, porque son compartidos, y segundo porque les ha entrado el gusanillo.
Así, que sí, ¡cocinamos!
Me encanta!!!! Y cuánta razón en eso de serie la relación con la comida mejora cuando somos participes en el proceso y claro, con los y las peques pues es lo mismo. Cuánto nos ha enseñado el escultismo en ese sentido!! Un Ole por esa familia cocinillas y oye habrá que probar es albóndigas 😉
¡Doy fe por experiencia de lo buenas que están esas albóndigas!
Te ha faltado poner mis récords de “cocretas” o “croquetas” según quién lo diga, cualquiera de las dos acepciones se admiten y de tortillas de patata, esas de seis u ocho raciones. De las primeras creo que eran 22.000 y de las segundas 450. Una burrada pero se hacían. Es lo que tiene el catering. En fin, si ha servido para enseñar y que pudiérais aprender, lo doy por bien empleado.